Día del editor de libros

Alberto Burnichon, María Saleme (y la familia Saleme-Burnichon)

viernes, 25 de marzo de 2022 · 00:00

Por Aldo Parfeniuk

No hace mucho tiempo –el 29 de noviembre último- tuvo lugar un acontecimiento importante para la cultura de Córdoba y el país. La Escuela de Ciencias de la Educación de la UNC y Narvaja Editor pusieron en circulación una versión del inconseguible “Decires” de la gran educadora y filósofa María Saleme de Burnichon: suerte de Biblia de la educación a la que ahora se puede acceder gratuitamente en el portal de la Escuela.

A diferencia del libro original de Narvaja, esta versión incluye textos de conferencias y entrevistas, y otros sobre Alberto Burnichon y la hija de ambos, María Soledad. De tal modo se logró reunir a miembros de  la familia, lo cual permite entender mejor sus principios y los valores que defendía  la familia toda, en este caso representada por ellos tres,  que no son suma sino conjunción de sueños y esperanza.

Tuve el honor de ser invitado a intervenir en esta nueva versión (disponible gratuitamente en Internet)  a modo de tributo al Burnichon  que sobre todo los 25 de marzo de cada año recordamos especialmente, ya que es en su honor que en nuestra provincia ese día (que fue el de su asesinato a manos de los militares del Proceso, en 1976) se celebra el Día del Editor de libros. En base a algunos fragmentos del libro El delito de editar, me pareció oportuno  agregar unas pocas líneas, con la intención de contribuir a que no se apaguen sus historias y sus vidas en la memoria de la gente, del pueblo, y especialmente en la de las generaciones que vendrán. Y porque estos Saleme-Burnichon que tanta falta nos hacen, desde más allá de la vida siguen, seguirán, enseñándonos.

Al conocer personalmente a María (recién vuelta del exilio) también conocí más de cerca, y de primera mano, la trayectoria del gran buceador de arte y cultura que fue Burnichon. Eso me ayudó a  dimensionar mejor la importancia de su papel en un país que reclamaba a gritos que alguien  se ocupara de abrirle puertas a quienes -especialmente los jóvenes- tuvieran talentos y cosas para decir y mostrar. Ahí me di cuenta de la peligrosidad que un promotor y divulgador artístico-cultural, como fue Burnichon, tenía para quienes, como es el caso de los militares del Proceso, veían en la libertad, la intelectualidad crítica, la apertura cultural y la solidaridad social,  una amenaza que debían conjurar a cualquier precio. Es así como empecé a medir, también, la estrecha identificación entre los objetivos y actividades de María y Alberto, como si se tratara de las dos caras de una misma moneda. Ella nutriendo a la Universidad y enseñando en las aulas o formando maestros y profesores, y él recorriendo y buceando minuciosa y solidariamente los diferentes interiores del país, para ir descubriendo y mostrándole a la gente esos diamantes en bruto que merecían la dignidad del libro o al menos las plaquetts - y que él denominaba “palomillas” -generalmente a cargo de su modesta economía-  Circulando y haciendo circular la obra de nuevos talentos, desde y por las entrañas mismas de un resto de país olvidado por las escasas usinas culturales capitalinas, preocupadas solamente en autoalimentarse, o esperar las últimas novedades llegadas de Europa. Lejos estaban aquellos intereses no solamente de las reales necesidades, sino de esa otra Argentina latinoamericana que uno comienza a percibir a medida que avanza hacia la selva y la montaña, y a la que el puerto históricamente le diera las espaldas. En aquellos años cincuenta o sesenta, apenas si Rosario, Córdoba o Tucumán contaban con espacios y movimientos culturales capaces de nutrir y aprovechar a los nuevos talentos nacidos en el inmenso y silenciado territorio del país profundo que María y Alberto conocían tan bien, desde bien adentro.

Es así como la pareja eligió nuestra provincia para vivir, trabajar y educar a sus hijos, en épocas en que Córdoba - y ellos mucho tuvieron que ver en esto- desbordaba de actividades y proyectos educativos, artísticos y culturales: desde experiencias universitarias como el Taller Total en el que María fue protagonista central, hasta eventos y muestras únicas, como las de Humor, las  Bienales de Artes Plásticas, o los Festivales Internacionales de Teatro; más un rico y largo etcétera, todo lo cual –junto a las luchas sociales corporizadas en eventos como El Cordobazo- hicieron de la provincia y de su gente de arte, cultura y ciencia el objetivo prioritario a castigar,  a desmantelar, por los ejecutores del Proceso de marzo del 76, que marcaron a Burnichon y a su familia como blancos principales y prioritarios de la represión: una vez asesinado este señor muchos de quienes lo rodeaban intelectual o amistosamente sabrían qué camino les estaban señalando.

Fue  por ser contemporáneo de tal estado de cosas y conocedor cercano de estos y otros detalles, además por la gratitud debida tanto a Burnichon como a su compañera, más la necesidad de comenzar a pedir y a hacer justicia con los recursos disponibles, que surgió la iniciativa -apoyada en todo momento por María-  de iniciar el rescate público de Alberto Burnichon: auténtico mártir de la cultura.

Quizás estas palabras, escritas en estos tan particulares años 2021/22, sean redundantes con lo ya dicho en otras ocasiones. A medida que transcurre el tiempo se afirman y se suman nuevos pensamientos y sentimientos sobre un caso tan dramáticamente representativo de un modo de ser y de obrar que es cada vez más raro de encontrar y que tanto nos hace falta practicar como sociedad. Es más que oportuna la idea de reunir en esta publicación decires,  los haceres de ese trío familiar -María, Soledad, Alberto…- que constituye un modelo compacto de coherencia y amor por los otros.  Creo que seguir sosteniendo en la memoria activa, tanto su historia y su acontecer actual por parte del resto de la familia, lo mismo que su profundo significado cultural y ético, es una tarea que a la que tenemos que contribuir sin perder nuestra memoria.

 

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