“Soñar y decir también es hacer” , el último libro del psicoanalista

Chiozza para compartir entre nosotros, sus coetáneos

Por Alejandro Frías (Escritor, editor y periodista)

Por Alejandro Frías

(Escritor, editor y periodista)

Fotografías Gentileza Libros del Zorzal.

 

Para Luis Chiozza, a su nuevo libro hay que tomarlo “como un diálogo con otro ser humano que en el fondo comparte las mismas inquietudes”.

“Soñar y decir también es hacer” (Libros del Zorzal) es el nuevo título del psicoanalista Luis Chiozza, que compila breves artículos que el ganador del Premio Konex escribió durante la pandemia de Covid-19 y que, según sus propias palabras, “tienen que ver con  las cosas que uno tiene ganas de compartir fraternalmente con los seres humanos que son sus coetáneos”.

A propósito de “Soñar y decir también es hacer”, dialogamos con Luis Chiozza sobre este, su nuevo título, en el que cada artículo es una invitación a la conversación, una convocatoria a decir y soñar.

 

En el prólogo, bajo el título “El trecho del dicho al hecho”, te explayás sobre la idea de que el decir también es hacer.  ¿Cómo podrías sintetizar esto?

Lo primero que hay que reconocer es que el hacer tiene sus valores, el materializar las cosas, pero también es cierto que decirlas es un trabajo constructivo, por eso hay muchas cosas que están bien dichas y dan lugar a buenas obras y otras que están mal dichas y dan lugar a obras con errores. Entonces, desde el decir, por supuesto que hay también una construcción, Por otro lado, también es interesante el soñar, porque la misma palabra “soñar” tiene un condimento múltiple. Martin Luther King decía “tengo un sueño” para referirse a un deseo muy difícil de cumplir pero muy valioso, un deseo que se experimentaba con fuerza. Muchas de las cosas que la humanidad ha construido, las ha construido gracias a que, en ese sentido amplio, las ha soñado, es decir, las ha deseado fervientemente y ha luchado para conseguirlas y ha construido sobre esa base.

 

Justamente, basándose en el decir, en muchas partes del libro, casi capítulo de por medio, te detenés en la etimología de las palabras, tal vez pensando en que, a través de la etimología, podemos conectarnos con otros y con nosotros mismos.

Sí, porque la etimología muestra el origen de la palabra, cómo nació esa palabra y cómo conserva en el fondo su significado primitivo y lo convoca cada vez que se pronuncia.

 

En este sentido, especialmente en el capítulo titulado “Demonio Rojo”, donde hablás de ángeles y demonios, establecés la dicotomía en las percepciones de las palabras y de los significados.

Es que lo que para una persona, según su capacidad para enfrentar los ideales, es un ángel, para otra que no los pueda materializar se transforma en un demonio. Por eso no tiene nada de erróneo decir que lo que para una persona son ángeles, para otra son demonios, y viceversa.

 

“Soñar y decir también es hacer” se trata, sin dudas, de un libro que, antes de establecer certezas, lo que pretende es fortalecer las dudas que tenemos.

Sí, y sobre todo motivar pensamientos y también reconocimientos de algunas cosas que uno siente y que no siempre se sienten con consciencia de ello. Hay cosas que nos conmueven más de lo que nos damos cuenta.

 

Como cuales…

Bueno, hay episodios de bondad, por ejemplo, que de alguna manera son muy conmovedores, y los seres humanos muchas veces nos sentimos más malos de lo que somos. Es cierto que tenemos núcleos muy agresivos, pero también es cierto que tenemos cosas de muchísima bondad. Antonio Porchia, este gran pensador ítalo-argentino, siempre decía que lo irreductible del hombre es la bondad, no la maldad, lo que en última instancia siempre perdura.

 

Y a propósito de la bondad perdurando por sobre la maldad, me gustaría que te detuvieras en el capítulo en el que hacés referencia a elaborar el duelo antes que llevar adelante la venganza.

La venganza es una satisfacción muy superficial que nunca termina con la amargura, es decir, se vuelve a revivir el episodio odioso aunque uno sea el vindicador. En realidad, es quedarse con lo malo, con la amargura, con el dolor. En cambio, cuando uno se puede recuperar y hacer un duelo e irse hacia las cosas buenas que siempre existen en la vida, eso se supera de otra manera y con otra alegría del espíritu. En pena satisfacción de la venganza, la cara del vengador no es la de un sujeto que disfruta, sino que es la cara de un sujeto envenenado por el odio.

 

Cómo se relaciona esto con lo que a lo largo del libro llamás “los cuatro gigantes del alma”: la envidia, la culpa, los celos y la rivalidad.

Esto es un tema muy interesante, porque Freud estaba muy enfocado en tratar de resolver las enfermedades mentales, primero la histeria, después la neurosis obsesiva, la psicosis, en fin, las enfermedades que en definitiva eran síntomas. El complejo básico que él descubrió fue el famoso complejo de Edipo, que ya había sido narrado por Sófocles en su leyenda y que Freud le dio el estatuto científico desde su descubrimiento psicológico como el núcleo del inconsciente. De ahí en adelante, pensó que, de alguna manera, sacando estas enfermedades groseras que él pudo reconocer, la mayoría de las personas tenía vicios constitutivos como la envidia y los celos, culpa excesiva, patológica, y rivalidad, que las lleva a veces a pelear por cosas que sobran, no que faltan. Todo esto lo lleva a Freud a pensar como [Thomas] Hobbes, cuando decía que el hombre es lobo del hombre, en la innata maldad del hombre, y esto lo transformó en pesimista. Estudiando más profundamente la cuestión, nos dimos cuenta de que esto que Freud consideraba el complejo de Edipo exitosamente reprimido permanece desde los fundamentos inconscientes, enviando como retorno de lo reprimido, en lugar de una parálisis, un espasmo, un cólico, un trastorno de la dicción, en lugar de una patología grosera, estas cuatro perturbaciones, que son tan comunes que se consideran constitutivas del hombre, pero en realidad son constitutivas de que el hombre no elaboró el complejo de Edipo. El hombre, de alguna manera, lo reprimió sin elaborarlo. Y esto es muy interesante, porque la biología moderna nos ha llevado a descubrir que no todos los diseños naturales son perfectos. Por ejemplo, se ha descubierto que el hecho de que al cerebro del langostino lo rodee el tubo digestivo, en épocas de escasez, es una limitación muy seria, porque si fuera lo suficientemente inteligente como para encontrar la comida, el desarrollo del cerebro le obstruiría el tubo digestivo y tendría dificultad para tragarla. Esto nos ha mostrado que no todos los diseños naturales son perfectos. Así como las fábricas de automóviles tienen que dejar de producir modelos famosos para vender los posteriores, de la misma manera, en la estructura creativa de las especies en el ecosistema, hay diseños, como la cucaracha o el ratón, que han tenido una supervivencia extraordinaria, y hay otros,  como este del langostino, que son muchísimo más frágiles y débiles. Del mismo modo, perecería ser que, en la humanidad, esta estructura de fijación que genera el complejo de Edipo en las primeras relaciones que tiene el bebé recién nacido con la mamá de cuyo vientre surgió genera una cantidad de complicaciones que tienen soluciones, algunas mucho mejores que otras, pero que siempre dejan en el fondo este sedimento que llamamos “los cuatro gigantes del alma”, que son mucho más fuertes de lo que uno quisiera imaginarse. Cualquiera de nosotros puede reconocer que un poco celoso, envidioso o competitivo es, pero los llamamos gigantes porque uno nunca se da cuenta de hasta qué punto son mucho más de lo que uno cree.

 

Para cerrar, en “Soñar y decir también es hacer” hay una referencia permanente al decir, a la palabra dicha, y sin embargo destacás la importancia del silencio. ¡Cuál es esa importancia del silencio?

El silencio en la palabra es exactamente lo que el silencio en la música. Sin el silencio no hay música. La palabra tiene una fuerza muy grande cuando suele ser muy concreta y luego es seguida por un silencio que, de algún modo, le otorga esa capacidad de repercutir. No nos olvidemos de que cada palabra borra la anterior. Cuando yo digo algo importante, si luego digo otra cosa, estoy borrando con el codo lo que escribí con la mano, mientras que si luego de decirlo tengo una actitud silenciosa, estoy catapultando el contenido de esa frase anterior al centro de la escena.

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