Periodismo poético
Derrota en New York
Sobre la muerte del influencer que lamió un inodoro público.Derrota en New York es el tercer texto que publica Pedro Jorge Solans en el formato que denominó periodismo poético. En esta oportunidad, el autor trata el derrotero del influencer que murió de COVID -19 tras lamer un inodoro público en EE.UU.
I
Sonó el teléfono móvil y la misma voz. Todos los días y sin horarios.
El mismo gesto de fastidio,
con su piel arrugada de molestias cotidianas,
esfuerzos en vano y fracasos.
Esta vez, no esperó el silencio por la ingesta de lexotanil,
ni el reclamo de sí mismo,
pegándose la cabeza contra la pared.
Esta vez, se anticipó al atropello de la culpa,
y firme, con los ojos más saltones que nunca,
gritó: -¡estoy harto, harto, de no cumplir mis promesas!
¡Basta ya! -Y cortó la llamada,
y fue más allá, bloqueó al contacto en su teléfono.
La envidia, los celos y la rivalidad acorralaron su respiro profundo,
el cansancio corrió el velo y ya no había sueños posibles.
El termómetro de las insatisfacciones
debajo de su brazo derecho había estallado,
su impotencia se ponía al descubierto;
en tanto, sus coetáneos escondían los muertos
detrás de disfraces luminosos en YouTube.
Respiró profundo otra vez para acariciar el límite
de la Edad de lo efímero,
y creyó haber encontrado la salida,
más simple imposible.
Sin embargo, no podía suicidarse sin constatar el vacío;
y lo constató,
pero fue un holograma.
II
Liarz quería conquistar el mundo después de muerto,
no quería ser un gris en la Casa Blanca,
no quería ser un desconocido más.
Le enseñaba emoticones animados a su muerte
para que contase los sucesos
a la prensa y subiera videos a las redes sociales.
La envidia puso en sus manos el teorema de la perversión
y la competencia dibujó en su destartalada mesa de luz
los algoritmos de las mentiras distorsionadas.
Entregó su familia para ser famoso desde la Inteligencia Artificial.
Dio lo que no tenía…; hasta ver cómo lloraba la naturaleza.
Arrasaba con fuerza y sus noches se cubrían de tragedias,
y le fue muy bien.
Llegó a liderar una pandilla que sembró terror
y luego, se alistó en la comunidad de los Influencers
como experto en provocaciones desagradables.
Le sobraban seguidores desde lugares remotos.
Pero su ambición superaba el universo concebido,
y aspiraba a tener likes de Andrómeda,
de la Gran Nube de Magallanes o de cualquier otra galaxia.
III
¡Nada de sonrojos!
¡Nada de ironías!
¡Nada de sonrisitas socarronas!
Solo había fracasado como facilitador emocional:
no logró torcer sus sentimientos
cuando Gigi Hadid y Zayn Malik
desfilaron sus bellezas por un largo paseo por las salas
de exposición privadas del New York Garment Center,
y Liarz tuvo que esconderse
entre las baratijas que colgaban de su pecho,
y sin hilo en el carretel, miró el cielo y dedujo:
que la altura necesitaba un piso,
y que solo con herejías
puede llamar la atención a la élite
en un mundo global sin orillas.
En ese contexto, puso sus manos a la obra
y en una de sus calamidades escuchó
cantar a una madre sollozando
mientras amamantaba a su hijo moribundo:
“la muerte de mi niño,
mi niño querido,
el amor nos separa,
nos lleva a otros jardines;
no temas, tú sabes cómo
y cuándo morir.”
IV
California fue apuntado por el dedo índice de Liarz
y un movimiento imperceptible
corrió al mismo dedo hacia Los Ángeles.
Siguió moviéndose,
y al final, posó sus manos abiertas
en el mapa neoyorquino,
donde habitar en sus entrañas no garantiza la sobrevivencia,
pero distingue.
Pese a su elección, Texas no dejó de golpear los lóbulos laterales
de su cerebro.
Se afincó en New York y al poco tiempo fue un natural más
de la ciudad más poblada de Estados Unidos.
Solía cubrirse de luces de neón
y olía el vapor de las gasolinas
mientras desplegaba por los techos de Manhattan,
drones que desde una altura escupían
restos de hamburguesas, de papas fritas,
de hot dogs, y de polímeros masticables
a indefensos transeúntes de color inmigrante,
a solitarios desesperados de frío intenso,
a desnutridos que llegaron montados a "La Bestia", (1)
a vulnerables que sortearon lo imposible.
a cada sobreviviente que se desgarró el alma,
mortificándose
y perdiendo los misterios de su existencia
en busca de un plato de comida.
¡Vaya paradoja!
La humillación fue una experiencia exótica para Liarz.
Nunca pensó, ni un instante siquiera, en sus abuelos, en sus padres,
a quienes odiaba, a quienes negaba, a quienes había borrado
de la faz de su planeta
por haber acariciado el cielo americano
tras arrastrarse y atragantarse
con estiércol de la misma Bestia.
¡Qué ironía!
Liarz no conoció el tren de la vergüenza humana
donde los vulnerables se mimetizan
de gusanos para resistir el holocausto,
donde los indefensos limpian baños y nombres,
y los desesperados prometen transformar en perfume
el olor a mierda de los amos del siglo algorítmico.
Liarz nació con pasaporte de ciudadano del mundo,
y sus privilegios fueron considerados derechos divinos
cedidos por un Dios de otra galaxia,
que ya no estaba en New York.
Liarz rechazó las luces antiguas,
rechazó las medias corridas de las bailarinas del Moulin Rouge,
rechazó la mole de acero que mira desde una torre,
rechazó caminar con sus maldades por los Campos Elíseos
o vestirse de bohemio para recorrer el barrio de Montmartre.
Rechazó los misterios de Londres y sus viejos objetos,
comer desabridos feish and chips, aburrirse en la Galería Nacional,
o en lugares como The Shard, Borough Market,
o en el Palacio de Kensington,
o el Millennium Bridge,
o mostrar el tedio de sus días
tomándose una selfie con las estrellas en Madame Tussauds,
o sumergirse en un acuario virtual
o bajar de prisa al London Dungeon para no saber qué hacer,
u observar la tristeza que destila el río Támesis.
Rechazó, también, el fantástico museo a cielo abierto,
esa Roma, donde el coliseo ya no tiene vestigios de sangre de los mártires,
y los dioses romanos están desaparecidos:
Quirino está debajo de una turba política,
Júpiter es guía turístico en Florencia,
y no se sabe en qué base militar de la OTAN
está Marte.
Liarz temía un fin con su sangre seca,
sus faroles con las bombillas quemadas
y su arte degradado.
La vanidad lo había trastornado y enloqueció
cuando palpó la mediocridad.
Se veía un norteño agotado, fisurado y sin puntos cardinales.
No quería vivir cuentos de otros,
demandaba su propia Divina Comedia,
su propio Don Quijote de la Mancha.
Lamentaba no tener sueños de Drag Queen
u otras veleidades que lo ayudaran a escapar.
V
Su 20 de marzo fue viernes. Se levantó inquieto,
bebió un yogur con cereales,
se vistió con ropa a rayas para recordar que no estaba preso,
y en Whatsapps escribió: ¡es mi día de fama!
Salió a la calle y con la brisa de la Calle 42 recordó su niñez;
cuando daba vueltas a su casa en compañía de la luna llena
adonde quería llegar desde su Beverly Hills lejano,
y fuerte hambre de gloria.
Con su mente en penumbras
llegó a la estación de Times Square aturdida de gente,
y a la hora clave sintió el llamado.
Gritó: ¡es mi día de fama!
Y se lanzó por la corona codiciada.
Con su frente alta se alejaba del piso,
ya no tenía cielo, ya no veía aquella luna llena. Ya no veía.
Descendió por una escalerilla
con la decisión en su bolso de Paragon Sporting Goods Company,
y ordenó a su cuerpo que moviera brazos y piernas
e ingresó a un baño público.
Abrió un cubículo, se agachó y lamió el único inodoro
con el asiento levantado.
Se filmó como si fuese un actor taquillero.
Y con un primer plano desafiante, dijo:
“el reto del coronavirus,”
y pasó una vez más su lengua.
Donald Trump aplaudía y lanzaba papel higiénico
desde el aire al resto de los mortales.
Liarz tuitió con sarcasmo:
“difundir con conciencia acerca del coronavirus;”
y le dedicó un emoji de carita feliz.
Publicó su video y esperó sumar millones y millones de seguidores.
Pasaron varios días y nadie golpeó su puerta,
y con la ansiedad a cuestas decidió dejar
un mensaje a la fama:
“Ya vuelvo, fui al mercado.”
Trump era un león herido con sus crímenes cometidos
y sin redes sociales.
Y Liarz seguía esperando con agua, cervezas
y un menú de pastillas Pac Man, Dolce Gabanna, X-men,
Android, Dominó, Fantasma violeta y Granada verde.
Ni la ayuda, ni la fama llegaron;
aunque el Influencer seguía ofreciendo un catering
para los fantasmas:
“¡Ah! Y creo que hay algo de Snapchat amarilla
y búho naranja,” -con un emoji de simpatía y amistad.
La espera empezó a develar el final, y agobiado
intentó frenar lo inevitable recordando sus éxitos.
Recordó cómo había sumado sus primeros seguidores,
ingresando a un hipermercado,
donde sacaba helados de los refrigeradores,
los lamió y luego los devolvía,
y esperaba que otra persona los comprara.
Lo hizo también en las góndolas de los enjuagues bucales,
los abría, tomaba un sorbo y escupía dentro de la botella.
Así apareció en una entrevista en el popular Talk Show estadounidense
conducido por el doctor Phil,
y mientras llovían los likes,
su familia lo cuestionaba,
y el Influencer explicaba que sus padres, sus hermanos y sus abuelos
no eran parte de su agenda diaria,
ni los conocía, porque no tenían suficientes seguidores
en las redes sociales y afirmó:
“Son irrelevantes,
ninguno de ellos tiene seguidores.
Si tuvieran seguidores o se hicieran ricos,
probablemente volvería a hablar con ellos”.
Una noche volvió a su mundo.
Sus cuentas estallaban con un video grabado
desde un hospital:
“Hola chicos, estoy triste, mi cuerpo no responde,
tiemblo todo el tiempo, soy un desastre.
Salí positivo en la prueba del COVID-19.”
Liarz estaba en terapia intensiva
y su cuenta suspendida por infringir sus reglas
y fue acusado de terrorista.
El virus devoraba sus vías respiratorias
cuando en el programa televisivo Good Morning,
el periodista Piers Morgan, lo llamó basura
e incluso, cuestionó por qué estaba siendo tratado por los médicos.
Y preguntó: “ese tipo que lamió la taza del inodoro,
¿infectó a alguien más?”
El Influencer murió sin saber dónde se enfermó,
Si en “el reto del coronavirus,”
o por haber estado
en contacto con las heces
de quienes padecieron la enfermedad
o si, como sostuvo Darío, su amigo de la infancia,
fue en Beverly Hills
donde lamía picaportes de las puertas cerradas y oxidadas
de las casas de los vecinos
y luego, le sacaba la lengua a su familia
y reía con sarcasmo.
VI
El Pato Donald humilló sus restos en la morgue.
Era uno de los líderes mundiales
y no soportó la derrota.
El féretro de cartón de Liarz quedó en una calle sin salida
a la intemperie con los buitres al acecho,
a merced de una lluvia torrencial de ácidos,
de una quemazón tan indomable como oportuna,
o de las desinfecciones generalizadas
que llegaban en camiones armados,
los que de vez en cuando provocan “tormentas en el desierto,” (2)
o atraviesan ruinas en Ucrania.
(-La Bestia es el nombre de una red de trenes de carga que transportan combustibles, materiales y otros insumos y que son utilizados por centroamericanos para viajar a Estados Unidos. (2)” Tormenta del Desierto” fue el nombre clave que le dio a EEUU a la Guerra del Golfo (1990/91)-)
VII
Liarz no podía creer lo que le había pasado,
no podía estar muerto.
Pensaba que seguía alucinado por alguna pastilla
y quería saber cuándo iba a despertar.
Golpeó la nube,
quería encontrarse con Dios
o con una App que le facilitara volver en sí,
pero fue envuelto en un cortinado neblinoso
y recibió la noticia:
Dios había sido trasladado a otra sucursal
más cercana a la galaxia HD1.
¿O sea, más lejos aún de la tierra? -reflexionó.
Liarz no estaba preparado para semejante novedad,
y temblando, desorbitado, sudoroso
se aferró al asombro.
-Estoy muerto -se dijo convencido.
La nube oscureció
y una percepción de lluvia envolvió a New York.
-Sobre Liarz, la intuición dejó que suceda, -escribió su amigo Darío,
en un blog barrial
cuando todo se caía a pedazos.
Darío compartió la infancia con Liarz en Beverest Hill
y fue testigo
de la relación del Influencer y su familia,
fue un clásico vago de la nueva ciber comarca.
Con los años se alejó de Liarz por diferencias a la hora de elegir:
Adolescencia, conflictos, elecciones.
Liarz quería ser famoso y Darío vago.
Vago, a tal punto, que le pidieron
que escribiera una Oda a la vagancia
y no pudo por vago,
aunque adujo falta de tiempo.
El destino selló las vidas de Liarz y Darío,
fueron también coetáneos en el ciber espacio,
con la misma nube.
Apenas ocurrió los sucesos de Liarz,
Darío fue convocado al programa televisivo del doctor Phil
donde debía opinar sobre la conducta de su amigo.
El rating del Talk Show rompió el récord
y la entrevista se apartó de lo pautado,
y Darío dio a conocer su teoría que nada tenía que ver, o sí,
con la vida de Liarz,
y tomó estado público.
Cuando el doctor Phil preguntó a Darío, cómo era en la infancia Liarz
y su mala relación con su familia,
especialmente con sus padres.
Darío destacó a su amigo: “desde pequeño llamaba la atención
de una manera metafórica.”
El doctor Phil insistía en la mala conducta de Liarz
y en el accionar de su pandilla.
Darío no esquivaba las inquietudes del conductor televisivo
que no ahorraba en mostrar reiteradamente
las imágenes de Liarz en el baño
lamiendo el inodoro,
mientras Darío divagaba sobre Liarz con versiones budistas
sobre las conductas humanas.
mientras la pantalla del doctor Phil seducía
con imágenes de archivo
que mostraban a un Liarz en un hipermercado
esperando que clientes de buena fe y con sus tarjetas de crédito
comprasen los helados lamidos por él.
Darío estaba de espaldas
cuando se lo veía a Liarz en las góndolas
de los enjuagues bucales abriéndolos
bebiendo un sorbo y escupiendo dentro del frasco.
Darío se dio cuenta que interesaba más
las imágenes que sus palabras,
y se incomodó.
Con fastidio miró al doctor Phil
que seguía beneficiándose del desquicio de Liarz,
y preguntó: “Doctor, a usted no le llamó la atención el final de esta historia.”
-Claro, señor Darío, por supuesto, y ojalá que no haya más historias como éstas en nuestra sociedad.
Que no haya más jóvenes norteamericanos como Liarz.
Terroristas que ponen en peligro a la humanidad y terminan muertos
como idiotas útiles.
La hipocresía del doctor Phil entonó a Darío
-Sí, pero ese no fue el final de Liarz, doctor Phil.
La historia finaliza con la familia, cuando pide hablar con Dios
o en su efecto, que le faciliten una App. Una Aplicación para volver,
para nacer de nuevo.
Al doctor Phil, por primera vez en su ciclo, se lo vio desorientado
e incómodo: -A ver, a ver, donde pasó eso.
Darío respiró, esperó unos segundos,
por si acaso, el doctor Phil
apelara a algún acting para salir de la situación.
Pero, esta vez, no hizo nada para romper el ambiente tenso.
Intuyó que podía sacarle más rédito a la historia,
y repitió la requisitoria: -A ver, señor Darío cuando ocurrió ese episodio
que nadie vio en Estados Unidos.
-En la nube, mientras nosotros reprochábamos sus acciones.
Puede dar más detalles, señor Darío -pidió Phil.
Sí, -respondió Darío.
-Pues bien, tras la pausa, el amigo de la infancia del terrorista Liarz
muerto en un hospital, dará detalles inéditos del fin de esta pesadilla
que envío a la muerte a miles de personas
durante la pandemia del COVID-19.
En el corte televisivo, los teléfonos de las redacciones
y de los otros canales televisivos estaban al rojo vivo.
Darío aprovechó para beber agua.
La producción del programa del doctor Phil quería que se estirara
la pausa por las expectativas que se había generado.
El doctor Phil se refugió en su camarín.
Pasaron los minutos, y como si fuera una estrella
el conductor irrumpe a la pantalla,
como si un bañista se zambullera a las aguas sin saber
que hay en las profundidades del mar.
Darío sigue sentado con su vaso, y sigue con la mirada,
El show impactante del ingreso al estudio televisivo del doctor Phil.
-Señor Darío, su turno, llegó su hora, qué tiene para contarnos
Sobre la historia macabra del abominable Liarz.
Antes de ir a la pausa, usted, señor Darío, dijo que usted
tenía datos no conocidos de la vida del terrorista.
Es así.
No dije eso, doctor Phil.
El conductor mira para todos lados,
Sorpresa en el estudio.
Cómo, y qué iba a contar señor Darío.
-Me iba a referir al final de la historia, o si usted doctor Phil
prefiere al comienzo de la misma.
-Adelante, entonces, señor Darío.
La vida de Liarz puso en aprietos
a las enseñanzas hasta aquí conocidas,
incluso, la de mi maestro japonés Joseph Todaï,
y a las obras del performer argentino Sergio De Loof.
Lo conocido se desplomó con Liarz..
Si Liarz hubiese nacido de una pareja diversa,
o, por ejemplo, de una pareja como JoséMaría y MaríaJosé,
o JoséJosé o MaríaMaría
a través de una App y sin tocarse,
todo sería distinto.
Estaríamos aquí, en este programa televisivo,
debatiendo si esa App por la cual nació Liarz
no sería el Espíritu Santo de ayer.
Espere, espere, señor Darío, -pidió exaltado el doctor Phil.
¡Esto es un delirio!
Con respecto, déjeme finalizar doctor, -exclamó casi implorando Darío.
Accedió el conductor: -Adelante, señor Darío.
Imagínese una pareja sin distancia doctor Phil
formada por una persona que vive en New York,
y la otra en cualquier parte del mundo.
Supongamos en Guatemala o en Buenos Aires.
Ambas personas construyen una larga historia
de videollamadas, de mensajes,
de ondas surgidas de sus respectivos ojos,
miradas irradiantes
de conexiones vía zoom o meet, u otra cualquiera,
eso no interesa,
y a través del arte inmerso
desembocan en una comunión de deseos
para engendrar,
y subrogan un vientre
por convicción,
y sin moverse de los nuevos rumbos.
No se incomodaron, ni hubo conflictos,
hicieron las gestiones a través
de un servicio delivery con garantías.
Y no hubiera nacido un robot.
Para romper el silencio denso que se generó en el estudio televisivo,
El doctor Phil preguntó a la audiencia
-¿Y ustedes, señores y señoras televidentes que piensan?
La reacción hizo caer los servicios telefónicos
Y las redes sociales colapsaron.
El doctor Phil volvió a la conducción del programa
que por un instante había quedado a la deriva
por el impacto
y dirigiéndose a Darío, preguntó, -¿y qué tiene que ver su especulación,
porque convengamos, lo suyo no deja de ser una hipótesis,
yo diría un delirio brutal, señor Darío, por eso queremos saber
qué tiene que ver con la historia del abominable Liarz, su amigo
que murió tildado de terrorista, que aún no se sabe a cuántos
jóvenes indujo a la muerte.
Darío, apenas hizo un gesto con la mano
como si estuviera rascándose su incipiente barba.
- Qué Liarz pidió a la nube una Aplicación para volver.
El doctor Phil se ofuscó, porque entendió que su programa
Estaba finalizando en un fiasco, en una desilusión después de tanta
expectativa.
-Eso no lo sabe nadie señor Darío, y usted es un mentiroso
o tan delirante como su amigo.
Y cuando iba a encarar el final del programa,
Darío se levantó y mostró su teléfono móvil
lo puso en alta voz.
El doctor Phil miró el control
y sus productores por privado le indicaban que siga
pese a que ya no tenía que estar en el aire.
Y descreído lo provocó al invitado,
-qué quiere mostrar ahora, qué engaño, qué minuto
de fama, quiere tener señor Darío.
¿Quiere seguir defendiendo a un marginal
dañino para la sociedad?
Hagamos un trato. Si se anima a debatir
con la familia de Liarz, véngase el próximo programa,
invitaremos a los padres que sufrieron en carne a ese monstruo
para que usted intercambie opiniones con ellos.
Ahora ya estamos al cierre de una edición más,
Y lamento cerrar con usted, señor Darío.
-Permítame doctor Phil pero en treinta segundos
le puedo explicar:
Ante el descreimiento de todas las posturas
y los comentarios que viene haciendo
y el descubrimiento personal
y hasta incluso incisivo que me viene demostrando,
yo a través de Alexa, o de cualquier otro asistente virtual,
sí, así lo prefiere llamar,
o arcángel, o santo, o medium,
quiero demostrar a su teleaudiencia
que mi amigo
está acá, presente en su programa.
Pregúntele lo que quiera,
él va a responder.
Darío, le acercó su teléfono móvil al doctor Phil.
Estados Unidos se paralizó frente a la pantalla del popular Talk Show.
El doctor Phil escuchó la arenga de sus productores:
-¡Siga, siga, doctor!
El doctor Phil tomó el teléfono de Darío.
-¿Buenas, es usted, Liarz?
La voz era de Liarz,
la producción cotejó imágenes de archivo.
sí doctor, usted me ayudó
Y fui lo que fui
¿Se acuerda?
Y el doctor Phil preguntó,
-¿por qué?
-Quiero volver porque nadie muere
cuando no quiere,
y merezco volver con una App.
-No. ¿Por qué hizo lo que hizo? -Repreguntó el doctor Phil.
Pregúntele a la familia en su próximo programa -respondió Liarz
y cortó el diálogo.
Darío se interpuso y habló de lo disfuncional reflejado
en los sucesos:
La madre fue una migrante oriunda de Guatemala
que trabajaba en haceres domésticos en la casa
de un empresario neoyorquino
y quedó embarazada del patrón.
Quedó sin trabajo y se fue a Beverist Hill,
donde un joven se enamoró de ella,
y crió a su hijo, que luego se suicidó
al ser condenado por delitos privados.
En tanto, el hijo de los patrones tuvo un hijo
con su novia de New York
a quien la abandonó
para casarse con la hija del socio de su padre,
con quien tuvo una hija.
Esa hija y su esposa lo abandonaron
Porque seguía enamorado de su primera novia
con quien volvió cuando el hijo ya era padre,
pero los nietos tenían otro apellido
y nunca lo reconocieron,
y nunca tuvo más contacto con su hija ni con su ex esposa.
El doctor Phil azorado,
entre satisfecho por el rating
y descreído de lo sucedido,
y las historias
despidió su programa con un clamor:
¡Qué Dios no lo permita!