La vida te enseña: hay sueños que no soñaste pero se cumplen.
Por Pedro Jorge Solans (Periodista y escritor)Por Pedro Jorge Solans
Inés Torres, Santiago Solans, Pedro Solans y María Inés Solans.
No puedo contar, y contar, y seguir contando esto y aquello de mi historia y de la historia del esfuerzo descomunal que fue crear El Diario de Carlos Paz; porque, en primer lugar no me gusta y no ayuda al universo, ni a nadie lo que puedo contar. Sí; lo hice sin dinero y enfermo ¡Listo!
Hay que resumir en una palabra, y si no es posible, hay que apelar a una frase que algunas vez te dijeron o te definieron.
A mí, siempre me retumbó la que me dijo el escritor Alejandro Sánchez-Aizcorbe, en una oportunidad, en la ciudad de Lima en los años de convulsión, sangre y muerte. Promediaba la década del 80, y yo era un vagabundo clase turista, mis escritos se merecían el tacho de la basura; y él, tal vez, para no ofenderme, me dijo que no importaba lo que escribiera o publicara porque yo era una novela, un cuento, una poesía, en si mismo, que mi vida era literatura.
Desde esa tarde plomiza, bien limeña, bien costera, bien húmeda, cuando las nubes coquetean en las orillas del océano Pacífico, quise ser un aventurero de tinta en la sangre: periodista poético, o poeta de no ficción, o cualquiera cosa que se aproxime a un sueño. Y empecé, a lo bruto, a lo grosero, cayéndome en abismos increíbles, esos que te hacen ver la vida de diferentes ángulos. Y no tardé en darme cuenta que para soñar había que soñar.
Ya habían muerto algunos que me dejaron cicatrices en el corazón: Un desarraigo a los 12 años, -los desarraigos son formas diversas de la misma muerte, un padre cuando tenía 14 años, y un hijo a los 22.
Quedaba una mujer golpeada, pero valiente que solo sabía intuir para luchar por lo suyo.
Soñé para no morirme joven y para romper con la racha genética. Soñé para no matar. Soñé para que no me mataran. Soñé para aguantar, soñé para levantarme hemipléjico y recuperarme con olor a tinta y vino, y soñé para ganar un mango y gastarlo mal gastado.
Hasta que soñé un diario para mi pueblo, El Diario de Carlos Paz, y llegaron los ACV, y se sumó a aquella mujer sola, golpeada, que rugía como una leona, otra, que ingenuamente creyó en un tipo que no sabía nada de nada, que solo supo, sabe y sabrá soñar.
Y pasó el tiempo, y El Diario de Carlos Paz resistía adversidades, crisis, tumbos, emboscadas, y se hizo realidad; entonces, apareció la anciana sabia de una raza que me vio crecer, y llegó Itatí, y Antonio Gil y los orixas, y los oxum, y en ese momento, murió la madre, la que desató los nudos del viento. Murió de una forma tierna y en paz, pero otra vez, yo no estaba, como siempre... "lo siento, perdón, gracias, te amo".
Es que, cómo decirlo, que El Diario de Carlos Paz tiene la gran parte de mi vida, mi razón de ser, contiene toda mi pasión, mi respeto, mi sangre. Y nunca, jamás, le pedí nada, pero me dio el pan de cada día, me dio el pan para mí, para mi familia y para muchísimas familias. Y eso debo agradecer hasta morir.
Pero nunca, nunca, se los juro, nunca soñé, ni imaginé, que El Diario de Carlos Paz me iba a dar, además de todo, el mejor día de mi existencia: A los 30 años, entregar la dirección de su destino, de su futuro, a mis hijos Pedro Santiago y María Inés.