María Casiraghi en el Festival de Poesía de Granada
Por José Mª Cotarelo Asturias (Corresponsalía)Por José Mª Cotarelo Asturias
(Corresponsalía)
Con la fuerza del tornado en la profundidad de la palabra y la leve caricia de la hoja que cae en el otoño sobre la tierra calma, pasó, sutil y poderosa la poeta María Casiraghi por Granada. “Ya camino lentamente por el prado/ es como en los sueños de espigas amarillas/y sonrío/sonrío perdonando/ y me perdonan/ por fin me perdonan”. Sus versos resonaron en los valles y en las aulas y su eco perdura en los oídos de aquellos que tuvimos el privilegio de escucharla.
Compartió mesa y mantel con Cinzia Marulli de Italia, Amalia Moreno de Colombia, Marta Cichocka de Polonia, Germain Droogenbroodt de Bélgica, en una mesa moderada por Daniel Rodríguez Moya, uno de los organizadores del festival que acaba de cumplir veinte años.
Casiraghi es también periodista y narradora y tiene varios libros publicados en distintos países. Como periodista ha realizado un impresionante trabajo sobre la Patagonia. Algunos de los títulos son: “Retratos, Patagonia sur y Patagonia sur-Santa Cruz-Argentina”. Cuenta también con una novela titulada “Otro Dios ha muerto” y un libro de relatos editado en Venezuela, “Nomadía”, entre otras obras.Por otro lado, cabe recordar que las poetas Touria Majdouline de Marruecos y la premio nacional de poesía de España, María Ángeles Pérez López también participaron del festival.
Su voz lírica tiene la frescura de la gota de rocío en la mañana, trae música del ayer en sus adentros y fuego en las entrañas. Es una poeta consustancial, es decir, apenas se sabe dónde empieza la persona y dónde la poeta. Tal vez porque, y aunque esto no siempre suceda, ambas son la misma cosa; cuerpo y poema, latido y alma. Lo difícil en la poesía es decir con la palabra nuestra de cada día, los sentimientos. Ella lo hace; llega a lo hondo desde lo sencillo. Como una clavadista que se asomara al borde del trampolín desde lo más alto, coge fuerza y se lanza al vacío de la página para descender, inmaculada, rotunda, perfecta.
En “Carta al hijo” del poemario “Bandera blanca” dice: “Esta noche de luna/ la luna me mira dos veces/ y me dice que es tiempo de abrir una distancia/ que no te me parezcas hijito/ que no te me parezcas”.
Queda sobre la mesa un libro medio abierto: “Todo solitario/ navega dentro de una botella/ con un solo mensaje…” Un libro de cuyas páginas nacen palabras, verbos, metáforas que nombran el mundo, el dolor, la vida, a Silvia Castro, a María Reiche, que dedicó su vida a desvelar el misterio de las Líneas de Nazca, “que se pasaba temporadas en el desierto barriendo la Pampa” y que “Cambió su ropa por harapos/cuna de oro/ por lecho de paja…”
Cuando ya las luces de los escenarios donde los poetas recitaron se apagaron, aún queda el resplandor de sus palabras. Por encima de las aguas de los días, su poderoso haz de luz, ese faro que nos guía alma adentro, gira eterno, lento, armonioso, incansable. Eso hace la poesía, indicarnos el camino para llegar al puerto de nuestras propias sensibilidades, conmociones o congojas, o tal vez a aquella nuestra Ítaca inalcanzable.