La Verdad está oculta en el horizonte
Por Javier Castejón (Escritor. Granada. España)Por Javier Castejón
(Escritor) Granada. España
En el horizonte habita la verdad. Nuestra mirada, y tras ella nuestro cuerpo; y antes de nuestro cuerpo y nuestra mirada, nuestro espíritu se dirige hacia allí. Pero siempre ocurre lo mismo. Cuando creo que llego al horizonte, que siento que atrapo un fragmento de la verdad, se desdibuja la línea entre el cielo y la tierra y vuelve a colocarse más allá, hasta donde alcanza mi mirada. Y entonces descubro un nuevo horizonte. Y entonces renuevo mi camino hacia la verdad, hacia el horizonte.
Hace tres años que me dedico al pastoreo de cabras en este desierto africano, cuando abandoné en mi lejano país los nombres de mi linaje y los castillos de mi posesión, las mentiras de mi vida regalada y las reverencias de los que me rodeaban. Entonces, desengañado por la deriva alienante de la sociedad occidental, entregada a la fiebre consumista y el pensamiento conformista dictado por las leyes de mercado, hastiado de mi propia vida cotidiana, inmersa en ambiciones sin horizonte personal y en la búsqueda compulsiva del placer que al fin de las horas de cada día solo conseguía quemar el tiempo sin dejar residuo alguno de luz, vine a refugiarme en la soledad de este desierto de arena y piedras.
El desengaño pudo conmigo y, deprimido y asqueado por el entorno social y la falta de horizonte personal, decidí refugiarme en este desierto para, imitando la soledad de los antiguos anacoretas, buscar alguna luz dentro de mi propio corazón. En este tiempo ocupado por mi cuerpo y mi alma, mi libertad ha optado por buscar el enriquecimiento por sustracción, como aconsejara el príncipe
Siddharta hace ya cuatro mil años. Ahora he aprendido a pensar, esperar y ayunar, contemplando solamente el centro de mí mismo.
He visto a la gente que amo entregarse a la búsqueda de poder y dinero para caer en un remolino que les arrastraba a un abismo
absurdo y delirante, disfrazado de éxito. ¿Qué clase de éxito puede esgrimir quien tiene todo y ha perdido su alma?. El amor fue
sustituido por el dominio compulsivo, la compasión quedó ensombrecida por el poder, la alegría murió en el camino que buscaba el placer y toda relación entre humanos quedó contaminada por el ropaje mercantilista. Los jóvenes olvidaron el color de los ojos de los amigos, mirando las pantallas de sus teléfonos. Y los adultos olvidaron la luz de las estrellas, dejaron de mirar el cielo, porque se hallaban siempre vigilando los saldos bancarios y contando el número de adulaciones que habían recibido aquel día.
Nadie sino solo mi alma y mi tiempo saben quién soy y qué hago aquí.
¿Qué hago aquí?. Pastoreo cabras que me dan leche y carne que consumo o con las que comercio y cambio por otro tipo de víveres. Tengo poco contacto con los pueblos habitados, pero la soledad no solo no me asusta, sino que parece ensanchar mi alma. Incluso mi aspecto físico ha cambiado bastante desde que decidí perderme entre las dunas con mis treinta cabras. Ahora parezco un nómada solitario, no solo por la longitud de mi barba y la delgadez extrema de mis miembros, sino también por la soltura con que hablo el hassanía, el idioma de los habitantes de la hammada, este desierto infinito pedregoso que se extiende en todas las direcciones.
Pero de todas las nuevas costumbres que he adquirido desde que abandoné salones y bibliotecas, desde que renuncié a sexos
desarticulados y festines vocingleros, la que más me tranquiliza y me hace sentirme como una gota de agua fluyendo blandamente en el río del tiempo, sin dolor ni angustia alguna, es sentarme sobre mi piedra plana y mirar las estrellas de la noche. El firmamento estelar, visto desde aquí abajo, me hace sentir diminuto y grande a la vez, cuando pienso que no soy sino un punto del espacio infinito, pero un punto desde el que soy dueño de toda la luz y la oscuridad que me envuelven.
Decían los antiguos que todo lo que ocurre en la tierra tiene su eco en la eternidad, de ahí la relación íntima de la historia de los hombres conel propósito de los dioses.
Ahora se que el hombre clásico era capaz, no ya de entender el universo circundante para escapar de la angustia existencial, pero al menos sí de encontrar su ubicación en este universo amenazantedonde se halla arrojado desde la nada hasta su ser, como bien explican los existencialistas.
Suele creerse que los hombres acostumbrados a los vericuetos del pensamiento y el dominio de las emociones, estamos curados de espanto, y ningún asombro producido por fenómenos de la tierra o del cielo, son capaces de modificar nuestro ánimo.
Nada más lejos de la realidad. Ya decía el maestro Sócrates que el conocimiento comienza por el asombro. El asombro que nos produce todo lo que nos rodea, y lo que despierta dentro de nosotros mismos.
De hecho, es de dentro de uno donde nace todo. En el núcleo del espíritu individual se cuece toda la historia del Universo, desde el
principio de los tiempos hasta este instante en que las arenas temblorosas del desierto infinito me dibujan un espejismo en el
horizonte.
El hombre es nada sin el Universo. Pero el Universo también sería nada sin el hombre que lo habita. ¿Es esto así como afirma el principio antrópico ese que dice que el Universo es así para que nosotros lo habitemos, y dentro de él, nos sintamos centro y periferia de la existencia?. ¿O solo estoy pensando tonterías y es la verdad copernicana la que explica que estamos en un universo donde cada ser humano, animal, vegetal o mineral no es más que un individuo aislado del que da lo mismo su muerte o desaparición para explicar la constante cósmica?. En ese caso, daría igual la muerte que la vida, la oscuridad que la luz. Daría igual que yo fuera tragado por las arenas y desaparecido como lágrimas en la lluvia. Sería verdad que somos polvo....
Pero....¡ay, somos polvo enamorado!, como decía el poeta. Y esta es la cuestión que marca la diferencia, la razón por la que nos rebelamos a la triste visión de Copérnico, y preferimos pensar, sentir, que somos importantes entre estas estrellas, que alguien nos ve o nos hizo, o enunció las leyes primeras de los planetas, o ¡qué se yo!, alguna Verdad que nos haga estar menos solos y arrostrar algún significado a nuestro dolor humano o a nuestra soledad animal; alguna Verdad, aunque ésta se halle escondida tras el horizonte; un punto omega donde vomitar el vacío existencial.
En tanto pasa el tiempo insensible a mi angustia, seguiré sentado en mi piedra, cuidando mis cabras, esperando que algún día se me revele la Verdad, que siempre se empeña en esconderse de mi mirada justo en el horizonte de mi desierto, justo en el tiempo de mis ansiedades.