Asturias, España
Taramundi llora a Paulino Rodríguez, uno de sus impulsores de turismo rural
Por José Mª Cotarelo Asturias (Hijo predilecto de Taramundi)Por José Mª Cotarelo Asturias (Hijo predilecto de Taramundi)
Foto: Eduardo Lalo Vijande
Del Navallo al cielo hay un suspiro. En el alto pueblo encaramado en uno de las lomas del paraíso, sopla el viento del Nordés y cuando la luna está llena ladran los perros y aúllan los lobos en las colinas de más arriba. Allí nació Paulino Rodríguez Rodríguez, en la casa de Xabiel, hace 71 años y pico. Ahora ve su pueblo desde más arriba, entre las miles de flores que llevaron a su entierro este viernes pasado; lo ve desde el mismo cielo que miraba cuando era niño, pastaba las vacas y las ovejas, y ya de algo más joven, araba la tierra y salía a los jornales para ganarse unos duros con que pagar el pasaje para irse a Alemania o a Suiza, como hacían muchos de los jóvenes de su quinta, que se fueron a otra tierra a engendrar y a parir hijos y a dejarse la piel y parte de la vida.
A Paulino nadie le regaló nada y trabajó duro junto a Aurelia y, con los ahorros de allí y las muchas fatigas, volvieron al terruño, porque la tierra tira. Y como venían con ganas de trabajar, montaron un barecillo, que luego fue restaurante y con el tiempo creció y se hizo hotel y elegantes apartamentos y fue hospedaje para peregrinos y turistas.
Casa Paulino fue siempre un lugar de acogida, y, aunque todos los bares, como decía Mon, el practicante del pueblo, pagaban matrícula, y por lo tanto había que recorrerlos todos los días, el bar de Paulino, que por un tiempo ocupó el bar de Beatriz y Virgilio, era punto de encuentro y de arrancadera a altas horas de la madrugada, algunas veces hasta el cantar del gallo y clarear el día.
Su peculiar forma de ser, su inteligencia, sus torpezas exquisitas, sus proverbiales ocurrencias, su cariño para grandes y niños, lo hicieron acreedor de una fama bien merecida. Fue un rompedor de muchas cosas, un innovador, un generoso para los suyos, que éramos legión y su fina ironía era algo que saltaba a simple vista y que los parroquianos propiciaban buscando la respuesta de Paulino.
Compartía con César Calvín una idiosincrasia particular que conformaba parte de la esencia de lo que fue Taramundi, de todo cuanto hicieron, que fue mucho, muchísimo, por el turismo rural y por la gastronomía, fuese desde los hornos de leña o desde las cocinas. Dice el alcalde César Villabrille que Casa Paulino “lleva muchos años dedicándose al modo del turismo rural, acompañando a sus trabajadores con menús del día y siendo parte fundamental del desarrollo de Taramundi como destino turístico”.
Los pueblos de Asturias se van vaciando. En las aldeas, donde antaño había numerosas familias, apenas quedan ocho o diez paisanos, se caen las casas, y en los prados no se ven vacas, ni aúlla el lobo, monte arriba, como solía. El Navallo no es ajeno a ese aciago destino. Se le fue uno de los grandes, que, con su sabiduría, que algunos pensaban locura, consiguió llevar a Taramundi, obviamente con otras cuantas personas contagiadas de esa “locura”, a los niveles de excelencia turística en los que actualmente se encuentra.
Llueve lentamente corazón adentro. Se oye a alguien en el fondo del prado afilar la guadaña, el eje del carro de madera canta su melodía. Queda en el aire del Navallo como un eco extraño, un gris entre las nubes, una mirada perdida. En el pedestal del viento del norte tiene Paulino un sitio. Ahora, su hijo Marcos sigue dirigiendo esa nave con otros vientos, aunque sean los mismos. Aprendió lo mucho que sabe de su padre, que ahora ara la tierra del recuerdo con el arado del destino y de vez en cuando para la yunta, mira el cielo, donde un mar de flores llegadas de todas partes navega indeciso y en un punto y aparte, exhala un suspiro.
Conociéndote como te conozco, debes andar por el cielo con tus paisanos que te precedieron y con Dios mismo, de vinos. Y que llenen. Descansa en paz amigo mío.