La procesión de los tractores

viernes, 21 de febrero de 2020 · 19:14

Por José María Cotarelo Asturias

(Escritor, poeta)

Granada. España.- Vinieron de todas las partes de la provincia a la capital, a reclamar para el campo precios justos que les permitiera seguir viviendo. Vinieron a decirnos que no aguantan más, que hace ya tiempo que están hartos, que no les cubre doblar el lomo, ni pasar frío, que el campo se muere de injusticia, de dejadez y de la desidia de unos cuantos. Fueron 750 tractores y entre 15.000 y 20.000 ganaderos y agricultores convocados por distintas asociaciones y por la razón que les acompañaba por derecho. Por un día, dejaron el surco y la gleba, la hoz y el ribazo, la azada, la horca, el rastrillo y el arado y enarbolaron la deshilachada bandera de la justicia, rota en mil pedazos en no se sabe qué vientos. Trajeron sus tractores y sus penas y fueron gritando consignas contra los de siempre, contra los de arriba, los especuladores, los campesinos de sofá y aire acondicionado, contra los que nunca ensuciaron de tierra ni uno solo de sus zapatos.

Vinieron, como la bandera, con las esperanzas rotas, muchas arrugas en la piel, mucho sol a las espaldas y muchos callos en las manos. Traían toda la pena sobre los tractores y un horizonte de negras sombras alargadas. Ellos saben que su pan siempre cae con el dulce para abajo. Ignoran qué hacer, a dónde ir, ni qué será de ellos mañana, o con qué números cuadrar las cuentas del hambre pendiente, ni la acumulada, ni con qué hilos zurcir sus remiendos, ni qué contarle a sus hijos, ni con qué dineros pagar los préstamos que pidieron para comprar las últimas simientes, ni cómo consolarse del pedrisco que se llevó la cosecha, ni con qué pañuelo secar tanto sudor y tanto cansancio.

Vinieron para decirnos muchas cosas. Unos aplaudían, otros, en silencio, resignados, les miraban con ojos piadosos, otros llorábamos con el llanto seco de la tierra de otrora, con la herencia traída, así de pronto, a bocajarro.

Y ahora, que ya es de noche, al llegar a casa cada uno por sus caminos y veredas, contarán a los suyos lo que vieron; lo hermosa que estaba la ciudad en esta primavera sobrevenida, lo que les aplaudieron las gentes, las manos que estrecharon, los que no vieron, los indiferentes… Y quizá pregunten, con la rutina de cada día, si llegó el agua a la acequia, si ya se recogió el ganado y mirarán al cielo con rabia y con desprecio y negarán a Dios y le preguntarán por qué los ha abandonado. Y quizá se oiga un perro a lo lejos y mugir el ternero con dolor indiferente y haya en el aire un perfume de hierba seca, del olor del silo y huela en el establo a estiércol reciente.

Queda la ciudad dormida en el recuerdo, sus calles ahora intransitables, sus gentes que miran la tele y que irán mañana al supermercado a comprar el pan, las legumbres y la leche; el mismo trigo, las mismas legumbres que ellos sembraron y la misma leche que ordeñaron y por las que los usureros del sistema les pagan tan pocas monedas que no dan siquiera para un mal trago con que pasar la pena y la fatiga, la sed y el dolor acumulado.

Quizá haya un niño, como mucho un niño, que pregunte si le pudo comprar algo en la ciudad dormida en el recuerdo. Y será entonces que, con el puño cerrado, se le ate un dolor al pecho y no pueda decir palabra y le entre ganas de quemar la mies y los aperos.

Fueron muchos miles de agricultores y ganaderos. Yo me fui con ellos, a llorar entre los míos.

 

 

Comentarios