Marta Rojas

La maestra cubana de las letras que se anticipó a lo que iba a suceder con Cristina

En su novela "Las campanas de Juana la loca" publicada en el 2014, tiene a la vicepresidenta argentina como una protagonista iluminada por la Virgen de Luján.
domingo, 9 de febrero de 2020 · 20:08

 

La escritora y periodista cubana, maestra de las letras latinoamericanas, Marta Rojas escuchó atentamente a Cristina Kirchner mientras presentaba su libro Sinceramente en La Habana.

La autora de novelas notables y guía de generaciones de periodistas cubanos anticipó lo que iba a suceder con la actual vicepresidenta argentina. En su novela "Las campanas de Juana la loca", editada en Argentina en el 2014 (por la editorial Punto de Encuentro, Buenos Aires) en el capítulo XXIV rescata a Cristina como protagonista.

"...  El Lector creyó que era el momento oportuno para introducir otros datos novedosos que el Autor Anónimo hizo constar, “dado la antigüedad de su original” en el apéndice de Las Campanas de Juana la Loca, sobre remembranzas de vírgenes. Entre estos, uno tan singular como cercano, respecto a hallazgos y misiones de las marianas.

–Sepan ustedes que una dama de cabellos largos y mucho conocimiento, doña Cristina a secas –así la nombra el Autor Anónimo– devota ella y memoriosa, viuda de otro Gran Capitán; señora que sabía contar verídicas historias, reveló mucho tiempo después la actitud de otra Virgen mariana que vino al Nuevo Mundo, la cual, por el contrario a las mencionadas, se empeñó en quedarse fija en el sitio que quiso; y no se dejó mover de allí donde debía hacer milagros. Contó doña Cristina que era el año 1630 cuando una carreta viajaba rumbo al Brasil, cargada, entre varios artículos, con dos cajas que contenían sendas imágenes de vírgenes para nuevas parroquias del sur y que, al intentar cruzar el Río Luján, en Buenos Aires, la carreta no se movió. Le pusieron más bueyes por si los que la arrastraban estaban cansados, y nada ocurrió. Descargaron las cosas más pesadas, y la carreta tampoco se movió, hasta que al final decidieron bajar una de las cajas de vírgenes pero tampoco se movía. Cuando bajaron la segunda caja, la carreta arrancó, rauda, sin dificultad. La detuvieron para volver a subir esa caja y los bueyes no dieron ni un paso; porfiados los carreteros y terca la Virgen de esa caja. Cuando abrieron la dichosa caja apareció dentro la imagen de la Inmaculada, morena ella, y la carreta arrancó. La Virgen se quedó en Luján. Hoy está en la Basílica –reveló la dama– y allí se venera como la Patrona de Río de la Plata o la Argentina, que de los dos modos identificaban a esa tierra de acá del Nuevo Mundo. Los que oyeron esa historia en la propia voz de la dama o la leyeron después, en virtud del milagro de la imprenta, quedaron fascinados. Se comenta también en el apéndice que de haber sabido Sánchez de Moya esta porfía, no se hubiera atribulado, pues no todas las vírgenes que se traían al Nuevo Mundo eran marianas andariegas.

Aunque, señor de Fe, El Portador, un emisario del rey como lo era él, hubiera tenido que sentirse feliz de llevar a las nuevas tierras a la protectora, aunque discretamente pequeña y más morena que la Caridad de Illescas, pasara lo que pasara; mas, en aquel momento rogaba a Dios que no se le escapara en el mar la virgencita destinada al predio minero, que a esa Virgencita no le diera por flotar sobre las olas, aunque él debía comprender, como buen cristiano (se daba golpe de pecho) que al fin y al cabo la Virgen María, nombrándola como se le nombrase, sabría siempre el camino para llegar a su destino, transitando por las olas del mar entre espesos montes o donde fuere, en la tierra.

Y estaba en lo cierto el creyente (aunque no hubiera conocido entonces), una historia de la voluntad sedentaria de la mariana de Luján, o de otra Virgencita, deseosa de que su hallazgo se plasmaría en el lecho de un río, como Concepción la Aparecida, cuando tres pescadores arrojaron sus redes por dos veces o más sin ventura, hasta que capturaron peces en abundancia y entre estos apareció Nuestra Señora de la Concepción que nombraron Aparecida.   

 

Y retomo el capítulo La Virgen del Gran Capitán. Que ha sido largo esta vez, si bien la devoción mariana lo merece. Concluye así:

El Gran Capitán, luego de llegar a su destino, informaría al valido con el encarecido ruego de no atormentar al rey enfermo, bajo ningún concepto, que: … hubo vientos tormentosos en la travesía y hasta ballenas jorobadas, acaecieron, entrando en las aguas belicosas de Las Antillas, cuya contingencia, muy a pesar mío, alguna carga y un efecto muy valioso, así como bastimentos, se disgregaron o perdieron en el mar; mas todos los tripulantes, conmigo, tan solo sufrimos tormentos gracias a la estampa de la Virgen mía, propia, que guardaré en mi aposento por toda la vida y aunque llevaba abrazada a las dos, la destinada al predio del cobre me fue arrebatada por una ola inmensísima, la cual he visto en la mar oscura porque el cielo se hizo luz con los muchos rayos que pronto se convertían en arco iris, y siendo de noche, milagrosamente, se hacía de día porque hubo resplandor que venía del naciente en cada noche de travesía, abriéndonos sendero; pero, he de decirle que aunque el mar se llevase por otro rumbo a aquella María Caridad, ha dejado la estampa mía y también la lámpara, que aún en medio de la tormenta permaneció encendida.

Cuando aquí Marcos Marfán cerró el libro, no escuchó el golpear de las chavetas sobre los pupitres. Sus oyentes se persignaban. Él también, aunque casi todos eran masones.

 

–No tendría que esconder nada el valido sobre el parte emitido por el Gran Capitán. Cuando el pliego llegó a la Corte ya había muerto El Prudente y reinaba su hijo, Felipe III –comentó el Lector, cuando abandonaba el estrado de madera en blanco de la tabaquería y el dueño Noval Barberá le comentó:

–Nuestro Autor Anónimo hasta resucita a los muertos...

(los operarios pasaron la voz)."

 

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