A 191 años del primer gobernador de la provincia

Juan Bautista antes de ser Bustos: los días de juventud del prócer cordobés

En homenaje al prócer cordobés hoy es el día de la bandera de Córdoba.
sábado, 18 de septiembre de 2021 · 09:56

“Salvar la Patria”, frase acuñada por el brigadier Juan Bautista Bustos en referencia a la sublevación del Ejército del Norte tras la batalla de Arequito para poner a las tropas al servicio de la campaña independentista y alejarlas de las “pérfidas manos del centralismo”.

Ese es el nombre del libro de relatos sobre la vida y obra del cordobés Bustos escrito por el periodista Juan Stahli, que está en proceso de producción y vería la luz en los próximos meses. Algunas de sus extractos recopilan la juventud de un Bustos adolescente, previo a su partida a Buenos Aires para oficiar de comerciante a los 23 años.

“Los líderes de este tipo se van formando mientras viven. No solo por la educación que reciben, sino que en muy pocos años viven muchas vidas. Tienen realidades muy intensas. Bustos comparte con sus contemporáneos Bolívar, Sucre, San Martín y Belgrano la mirada del federalismo. Un estado provincial fuerte, con autonomía, pero dentro de una confederación de estados que nos permitan ser una región con mayor libertad. Ese es el espíritu de la constitución de Córdoba de 1821”, explica el autor.

Bustos fue dos veces gobernador de Córdoba. En 1820 asume su primer mandato electo por los cabildantes. Sin embargo, en 1825 no lo elige la élite votante de la época. Por ello, se subleva el pueblo y logra que el Cabildo lo reelija.

Una vida entre iguales

La Estancia San José, propiedad de la familia Bustos, estaba ubicada en el centro del departamento Punilla, en Santa María. Mantiene un alto nivel de desarrollo tecnológico y de producción. Pero, además, abastecía a la ciudad de Córdoba y a otros pueblos cercanos con arropes, jaleas, frutas secas, granos de maíz, carnes frescas y demás alimentos.

«Todas las estancias coloniales son similares a las que hay en la campiña española. Viven las familias y todos los sirvientes para el autoabastecimiento de la propiedad, que solían tener miles de hectáreas”, señala Stahli.

Los niños de la familia eran criados por las sirvientas y convivían con los hijos de los trabajadores de las estancias. En ese contexto se da ese cruce entre un joven que se crió en las Sierras de Córdoba y después se fue a la ciudad pero siempre volvió. “Eso lo ayudo, él lo escribe en sus cartas. Bustos conoce el sufrimiento de los trabajadores y él se sentía cómodo en el trato con un igual”, explica.

Ya casi en el límite del casco, donde comienza el monte, construyen sus ranchos, con paredes de adobe y techo de paja, esclavos, peones, sirvientas y trabajadores ocasionales. Acostumbran divertirse en riñas de gallos y en carreras de caballos. En todo el territorio provincial se registran más de 170 estancias y la mayor cantidad está ubicada en la zona de Punilla.

El nacimiento

Antes de descender del carro, su tía –que además será su madrina– anuncia:

– ¡Juan Bautista ha nacido! ¡Nuestro varoncito llegó!

– ¡Amén! ¡Amén! – Gritan todos y se abrazan.

– ¡Viva el santo Dios! ¡Viva el niño Juan Bautista!

– Gracias a Dios todo ha sido con felicidad. Doña Tomasina ya está recuperada. En unos días los tendremos por aquí.

Juan Bautista, el hijo mayor de la unión entre Pedro León Bustos y Tomasina de la Puebla y Vélez, nace en el invierno de 1779. No se puede precisar el día porque no existe su acta de nacimiento. Aunque, como en la época se acostumbra a poner el nombre del santo o santa de la fecha, se calcula que nació el 29 de agosto. Fue bautizado el 29 de octubre de 1780 en la capilla de San José de Punilla. También allí recibió la confirmación con los óleos sacramentales.

Doña Tomasina, la madre, estudió en el Colegio Santo Domingo. Es propagandista de la palabra de San Juan Bautista. Don Pedro León, su padre, muere cuando Juan Bautista está por cumplir cinco años.

El niño vive su infancia entre Córdoba y la Estancia San José. Comparte las jornadas campestres del verano con su hermana María del Rosario y su hermano, Basilio Antonio. Conviven con primos y primas. Algunos días concurren amigos y amigas de las estancias cercanas. Se contabilizan más de 600 vecinos y vecinas en la zona. La Estancia San José de los Bustos, compartida por dos familias, fue heredada en 1774 de su abuela materna, doña Isabel de Arrieta.

El siglo 18 corre y la realeza española ve cómo comienzan a crecer los conflictos en sus territorios conquistados en América. En los gobiernos locales, sus representantes son hostigados cada vez con mayor frecuencia. Por un lado, las poblaciones originarias y esclavos, oprimidas por siglos, se rebelan contra la autoridad colonial.

En este contexto, se produce un hecho que modifica la vida política y económica del sur de América: la creación del Virreinato el Río de la Plata. En 1783, Córdoba ciudad ya es una de las más pobladas del nuevo Virreinato.

Su estadía en la ciudad

Aun entre un crecimiento de límites difusos, Córdoba se proyecta sobre ambos márgenes del Suquía. Al atardecer, las mujeres y los niños lavan la ropa en el río. Los hombres cortan leña y prenden el fuego para cocinar.

La casa de los Bustos en la ciudad se encuentra ubicada a escasos 150 metros de la Manzana Jesuítica. El mes de marzo comienza con altas temperaturas. La familia ya se instala en la ciudad, porque el hijo mayor comenzará sus estudios. Juan Bautista se despierta algo asustado. Las primeras noches que duerme allí, luego de una larga temporada de verano en la Estancia San José, se levanta perturbado. Se prepara para ingresar, por primera vez, al edificio del colegio Santo Domingo.

Estudia Gramática latina y castellana y Filosofía. Es un lector voraz. Gran conocedor de la Biblia y las distintas escrituras sagradas. Profesa como hermano dominico y realiza sus votos de Templanza, Providencia, Fortaleza y Justicia.

Por las tardes, al salir de clases, comparte el tabaco en las veredas con humildes artesanos, recorre los ranchos y toma mate con los peones en los fogones junto al río.

De tanto en tanto, se deja llevar por las insistencias de sus compañeros de estudio y concurre a las tertulias o fogones nocturnos. Aciertan en el encuentro trabajadores, intelectuales, bohemios y viajadores. Se comparte música, teatro y poesía a boca de jarro.

Siempre se vuelve al lugar donde se fue feliz

Cuando al día siguiente se amanece temprano en la casa de la familia Bustos, Juan Bautista conserva intacto su buen humor y sus ganas de partir hacia aquellas tierras a donde nunca dejará de volver: el Valle de Punilla, la Estancia San José. Lo esperan tareas que adora: en la chacra y en los corrales; cazar de a pie día y noche; montar en su yegua preferida como si fuese un niño pequeño y no un experimentado jinete; afinar su puntería, que ha descuidado por varios meses, con rifle y pistolas.

Con el tiempo de estudio, ha sumado a sus propias lecturas, ideas y vivencias de otros territorios. Comienza a distinguir las malas condiciones y las penurias que viven trabajadores y esclavos en la región. Juan Bautista conoce de primera mano la realidad de aquellas familias campesinas; su falta de educación y de acceso a la salud. Toda esa experiencia será la puerta para el futuro que le espera.

“Las causas de su muerte tienen que ver con la última batalla de La Tablada, donde combate el ejército de Córdoba y el de Facundo Quiroga contra el ejército centralista de José María Paz. En la huida, en los barrancos de Yapeyú, Bustos se tira hacia el río para escapar y se lastima con su propio caballo, pero logra llegar a Santa Fe luego de demasiados días, porque estaba muy lastimado. Como consecuencia de esas heridas fallece un 18 sepitiembre de 1830 en dicha ciudad”, cuenta.

Su legado, memoria y valores perduran más que nunca entre los límites de nuestra provincia. Cientos de monumentos, edificios públicos —como escuelas, hospitales, plazas y puentes— llevan su nombre. Bustos está impregnado en la conciencia colectiva cordobesa. Pero una vez fue joven. Un joven que trazó su destino entre el agua dulce de los ríos punillenses, la tierra removida para la siembra y las huertas de alimentos cultivados de los que se nutrió, tanto su estomago como su alma.

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