«La nieve y las campanas» en la previa del Congreso de la Lengua Española

El escritor Fernando Mesquida Garrido hizo referencia al poemario y analizó la obra del escritor oriundo de Taramundi.
lunes, 25 de marzo de 2019 · 09:38

Carlos Paz. El libro de poemas «La nieve y las campanas» del poeta y dramaturgo español José María Cotarelo Asturias se presentó en la previa del Congreso de la Lengua Española, que se lleva adelante en el Auditorio Municipal de la ciudad de Carlos Paz.

El escritor Fernando Mesquida Garrido hizo referencia al poemario «La nieve y las campanas» y analizó la obra del escritor oriundo de Taramundi y su relación con José Pepín Bello.

«Seguir a un poeta en su trayectoria vital es como estar acompañado por alguien que ha sabido ofrecernos con generosidad claves para estar en el mundo a una mayor altura. La poesía como ejercicio que educa nuestra sensibilidad, nos convierte en personas más receptivas a todo lo que de verdad importa. Esto es lo que uno siente ante la obra de este hijo predilecto de la villa de Taramundi.

La lectura de la entrevista a José Mª Cotarelo Asturias en el “Diario de Carlos Paz, ”nos permite ahondar en la personalidad de un hombre que tuvo una de las experiencias cumbre de su vida cuando en su juventud conoció a Vicente Aleixandre. Desde entonces desarrollado una obra que ha estado siempre conectada con los problemas esenciales del ser humano, en un mundo inhóspito para el desarrollo de la poesía y la humanidad. Nos habla en la entrevista sobre la vida y la poesía, entretejiendo palabras, encontrando significados, iluminando los pasos más inciertos y oscuros de la existencia. De la mano de María Teresa Mora el poeta reflexiona sobre el discurrir del tiempo, las injusticias del mundo, la necesidad que el sistema tiene de mantener una masa de ciudadanos acríticos. La poesía podría ser un antídoto para despertar las conciencias desde una nueva sensibilidad y refundar, como él dice, la esperanza. Una entrevista en fin, que se nos regala pletórica, como una rosa de los vientos para orientarnos en el sentir poético de la existencia.

Ir de la mano de Chema Cotarelo a la hora de afrontar el paso del tiempo y la memoria es sentir el poder sanador de las palabras bien dichas. Su armonía, como la inherente en la buena música, tiene el poder de atenuar la crudeza del paso del tiempo. Es el efecto mágico que consiguen los buenos poetas como él, con los que apenas iniciada la lectura de su obra, ya nos sentimos cómplices.

Por sí solo, el título de este poemario nos regala una bella imagen, que contrasta el calor del tañido del metal con la frialdad de la nieve, quizás una metáfora también de la vida y de los sentimientos humanos. La voz poética del autor tiene la facultad de guiarnos desde la autenticidad en una senda en la que encontraremos jirones de vida que se resisten a morir, corazones que todavía laten.

Afirma la poeta Elvira Sastre que la memoria es un truco para seguir viviendo lo que se ha perdido, pero con esto no esta todo dicho. Cuando el recuerdo se eleva a la categoría de arte a través de la expresión poética quedan trascendidas las limitaciones de lo real y nos encontramos con una obra con vocación de resucitar un pasado para ir más allá de la mera rememoración. Será el lector quien finalmente sentirá si la poesía es capaz de que el tiempo pretérito cobre vida, o al menos genere sus mismas resonancias.

Leí “La nieve y las campanas” con el fondo musical de Debussy. Su composición para piano “Pisar la nieve”, deja en nosotros un poso de melancolía que es trascendido por las palabras poéticas de Chema Cotarelo, que nos ayudan a caminar junto al paso del tiempo de manera que podamos emerger junto a los recuerdos, como aquella Catedral Sumergida del compositor francés. A lo largo de nuestro viaje, las bellas imágenes poéticas nos deslumbraran y tocarán con la fuerza de un fulgor dorado.

Pero antes de adentrarnos en el poemario, detengámonos para admirar su bello frontispicio, en él nos dan la bienvenida las palabras del entrañable Pepín Bello dirigidas a nuestro poeta. El que llegara a ser considerado como un alma mater de tantos intelectuales y artistas que pasaron por la Residencia de Estudiantes y quien elogió tanto a Lorca, lo hace ahora, -con su infalible instinto para distinguir una obra de calidad- con el poeta José Maria Cotarelo Asturias, situándolo en ese venero de grandes poetas que ha dado la lengua castellana.

Las entretelas de nuestra identidad la conforman nuestros recuerdos. El poeta dialoga con ellos con su corazón abierto, dispuesto a recibir el néctar destilado del paso del tiempo, expresando en ocasiones su ambivalencia. La luz de una estrella puede ser a veces excesiva en la noche del tiempo. Pero el poeta no da un paso atrás, deja llevarse por una nostálgica corriente abierta a los dictados de un corazón que en el discurrir del tiempo supo quintaesenciar lo mejor de sí mismo, a través de los cauces poéticos más depurados. En ese viaje el poeta concita las más bellas imágenes de la naturaleza, se alía con ellas en una suerte de sentimiento que bebe en las más genuinas fuentes del primer romanticismo: pájaros, flores, lluvia, mar, viento. Y viaja con estos elementos hasta la más indeleble huella del recuerdo.

Busca el poeta un hálito de redención en su viaje al pasado, y es cuando aflora de manera inexorable la dimensión del emocionado reencuentro, capaz de reconstruir, habitar en un mundo en el que todavía se vislumbra la posibilidad de una encarnación. Un tránsito que emprende y que le puede llevar a la certidumbre de las cosas, al encuentro con la soledad. Pero en nuestra memoria se encuentra, indeleble, el poso de la emoción, del sentimiento enraizado, que se resiste a morir, la razón de ser de una vida que el poeta nunca podrá negar, acaso reprimir, y que al final siempre resurgirá con más fuerza, aunque solo queden los recuerdos.

Se vislumbra en algunos poemas -”Si aún tuviese fuerzas”- la nostalgia por lo que pudo haber sido y no fue. El poeta Luis García Montero se ha referido a la traición de la nostalgia. Quien sabe si porque el recuerdo pierde a veces alguno de sus trazos y necesita confabularse con historias imaginadas, delirios que solo pertenecen a una subjetividad que todavía se alimenta de las brasas del recuerdo, en un ámbito que no es real, sino onírico, tal como queda manifiesto en el poema “Esta noche azul”.

La reviviscencia de un viejo amor ilumina la primera parte del poemario. El ansia de fusión a través de las palabras, con quien está en el origen es tan grande que puede llevar a la confusión, a la perdida de los límites entre el yo y el otro, como queda manifiesto en “Izase la sombra”. Y es siempre el pálpito lo que queda, lo que nos ha conmovido es lo más recordado. Clama el poeta para que reverdezca el amor, y sentimos que aunque esta corriente desemboque en el mar, el viaje habrá merecido la pena, el poeta ha sabido acompañarnos con destellos de una belleza que han hecho más liviano el tránsito.

Pero el camino de la nostalgia, lleva en ocasiones a la desesperación, a la certidumbre de que el tiempo pasado es irrecuperable, de que un volver a empezar ya no es posible. Aún así, el poeta, ante estas evidencias, se resiste a que todo muera y deja abierta una ventana a la esperanza, al regreso como nos muestra al final de su poema “Convengamos”, entregándose al misterioso poder de alumbramiento que tienen las palabras. Si en ellas late todavía un mundo ¿Porqué no podrá trocarse en real?, y es entonces cuando “Han vuelto los ángeles de nuevo”, para encender con su viento el fuego de las estrellas y conseguir algo que trasciende lo real, en tanto que aún con la ausencia de la realidad, y con la vivencia íntima, el ser se siente inundado, colmado por una dicha, como si estuviera anclado en la misma experiencia. Memoria, Palabra y Poesía, en su magia, han sido el camino regio para dotar al ser de una vivencia inapelablemente real, porque su conciencia está llena y vibra como lo haría ante la misma experiencia, y entonces “Fulgen las palabras” con una fuerza abrasadora, con el hálito de vida que fue o puede ser de nuevo, porque en definitiva, a pesar de “la congoja de los años” es posible mirar “de nuevo la apacible mañana”. Con estos momentos de realización, el poemario se nos presenta como un permanente mosaico de ambivalencias, de avances y retrocesos, en la senda de éxtasis y melancolías, de volver a hacer real un tiempo pasado, para acabar confesando, en su primera parte, el toque a derrota de las campanas que acompañan a “la soledad de las cosas” y “la huida de los sueños”.

Es en la segunda parte cuando aflora la conciencia social del poeta y se pregunta sobre la utilidad de la poesía. Se enfrenta con un estilo quizás más filosófico, de manera más sosegada, a las grandes cuestiones de la vida. Es cuando se llega al lúcido nihilismo de “Poema a modo de vasija de la vida que pasa”, para toparse con algo que ha latido en el sentir del hombre y en la poesía de todos los tiempos, la contemplación de lo que fue, en contraste con lo que pudo haber sido, para acabar en la nada, en la conciencia de que todo ha tenido la fugacidad del toque de una campana .

Nos estremecemos porque ”No hay tierra para tanto muerto”, donde el poeta clama ante la indiferencia de tanta muerte de seres humanos que nada nos importan.

Pero la fuerza de la nostalgia sigue presente en esta segunda parte y se intercalan recuerdos de la infancia, jalonados de imágenes de una tierra y un paisaje acogedores como el vientre de una madre, y a los que el poeta entrega su alma para salvarlos del olvido, queriendo transmutarse en el río de su infancia.

El libro es pródigo en dedicatorias, hasta el punto de constituir su última parte, como si el río de la memoria hubiera desembocado en los afectos de los amigos. Y Pepín Bello, quien nos dio la bienvenida , nos despide a través de la semblanza que de él hace Chema Cotarelo en su Nocturno en Sol, proclamando que, a pesar de todo, el tiempo no venció al olvido:

 

“Se ilumina la noche, diosa única,

se alargan sin término las miradas.

Se que estás. En ti vivo.

¡Oh padre de viento, amigo mío,

compañero del alma”

 

Con toda mi admiración y cariño

Fernando Mesquida Garrido

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