A diez años del crimen
Andrea en la Cruz: Todo sobre el Caso Castana
Se cumple una década de la desaparición, violación y asesinato de Andrea Belén Castana.Andrea Belén Castana nació en Villa Carlos Paz. A sus 35 años, era una mujer fuerte y decidida, madre de dos hijos y con un espíritu emprendedor que la llevó, junto a su expareja, a fundar una empresa embotelladora de agua que llamaron «Navira».
La vida de Andrea, marcada por la separación y la lucha cotidiana, parecía brillar con la promesa de un nuevo comienzo.
El miércoles 11 de marzo del 2015, dejó su auto estacionado en la Avenida Estrada, frente a la casa de sus antiguos suegros. Pensaba subir al Cerro de la Cruz luego de dejar a sus hijos en el colegio, por lo que vestía ropa deportiva.
Alrededor de las 13:30 horas, comenzó el ascenso enfrentando el calor del verano.
La subida por el Vía Crucis le tomó media hora. En la cima, bajo la sombra de un árbol que la protegía del sol, envió dos mensajes (incluyendo la que sería su última fotografía) a un hombre con quien comenzaba a conocerse. Un instante de calma previo a la tempestad por venir.
Minutos después, inició el descenso. Alrededor de las 14:20, se cruzó con dos mujeres y luego con el periodista Fernando Villa. Unos segundos más tarde, un grito desgarrador rompió la tranquilidad de la tarde. Villa, inquieto, continuó su camino y, en el medio del trayecto, se topó con una pareja. Les preguntó si habían «escuchado algo»; le dijeron que sí. Apuró la marcha y llegó hasta un kiosco, donde alertó de la situación al encargado y llamó a la Policía para reportar el grito.
Su llamada fue desestimada porque no se entendía bien lo que decía; la señal se cortaba y la operadora no pudo comprender a qué cruz hacía referencia.
Ningún móvil policial llegó al cerro.
Habían pasado tres horas desde la última comunicación de Andrea.
Las alarmas se encendieron cerca de las 18 horas, cuando su exmarido, Juan Manuel Lazzaroni recibió la inquietante noticia de que nadie había recogido a sus hijos de la escuela. Su preocupación creció al ver el auto de Andrea todavía estacionado frente a la casa de sus padres.
Lazzaroni, convencido de que Andrea se había lastimado en la caminata, decidió subir al cerro a buscarla. Eran alrededor de las 18:30 horas cuando comenzó el ascenso y llegó a la cima a las 19 horas. Sus movimientos fueron registrados por una cámara de seguridad. En el trayecto, se cruzó con varias personas y a todas les preguntó si habían visto a una mujer con las características de Andrea. Le dijeron que no.
La madre de sus hijos estaba desaparecida.
Lazzaroni radicó la denuncia en la comisaría y la búsqueda comenzó pasadas las nueve de la noche. Se extendió durante dos días. Más de trescientos voluntarios se unieron; iban recorriendo el cerro en una vigilia sombría, donde las luces de las linternas brillaban como luciérnagas en la oscuridad, mientras resonaba un inquietante coro: ¡Andrea, Andrea!
Todo aquel que deseaba participar del rastrillaje podía hacerlo y no se controlaba quién subía ni quién bajaba. Entre los más voluntariosos, estaba un cliente de «Navira», Diego Luján, quien se destacaba por su figura robusta, su rosario colgando del pecho y su gorra azul en la cabeza.
Fue él quien encontró el rastro de sangre entre las estaciones 8 y 9.
El miércoles había sido intenso, pero el jueves 12 no se quedaría atrás. Más de 20 horas después de la desaparición, el fiscal Ricardo Mazzuchi ofreció sus primeras declaraciones sobre el avance de la investigación, mientras la búsqueda continuaba con el apoyo de más personas, incluidos los padres de Andrea que llegaron desde la Costa Atlántica.
Cuando la tarde cayó, el fiscal y el director de las Departamentales Norte de la Policía de Córdoba, Mario Tornavaca, decidieron suspender el rastrillaje hasta el día siguiente, aunque nadie evitó que los vecinos siguieran buscando toda la noche.
Se ordenó además el secuestro y peritaje del auto de Andrea.
La mañana del viernes 13, se retomó el rastrillaje.
Primero se descubrió el cuerpo del fotógrafo Hernán Sánchez (desaparecido desde diciembre del 2014), y luego se encontraron rastros de sangre. Después aparecieron las prendas que llevaba Andrea: una remera con corazones, un jean y su ropa interior. Fueron encontradas por Lazzaroni, quien las extrajo de una cámara séptica.
Para ese entonces, hasta los más optimistas flaquearon.
Apenas unas horas después, se descubrió el cuerpo de Andrea. La desolación cubrió el lugar, como si fuera una sombra que bajaba por las laderas.
El hallazgo lo hizo una pareja que participaba de la búsqueda. El cadáver apareció en un barranco cercano al Camino de los Burros. Andrea estaba desnuda; la mitad de su cuerpo metido en el tronco de un árbol quemado, con las piernas cubiertas de piedras.
El lugar se cerró por completo y, una hora después, se ordenó una inspección.
La noticia desató el llanto y la desesperación. Alguien gritó el nombre de la víctima y un aplauso resonó en el cerro.
Ese mismo día, se secuestraron los teléfonos celulares de Diego Lujan, Juan Manuel Lazzaroni y Fernando Villa. Se buscaron todos los registros de llamadas, videos, mensajes y las filmaciones de las cámaras. Se recolectó cualquier material que pudiera dar una pista.
Una multitud se movilizó hasta la sede de la Departamental Punilla para exigir justicia, donde se vivieron escenas dramáticas.
Esa noche, se hicieron las primeras detenciones. La hipótesis del fiscal se sustentaba en que los tres detenidos habían tenido algún tipo de participación en el caso. Había un delgado hilo que los unía: Lazzaroni, el exmarido de la víctima, tenía amigos en común con Villa y Luján era cliente de «Navira». Mazzuchi estaba convencido de que uno era el autor material y los otros dos, cómplices, por acción u omisión.
El sábado 14 de marzo, se ordenaron allanamientos y comenzó a construirse una hipótesis. Lazzaroni era el principal sospechoso del crimen y estaba imputado por homicidio agravado, mientras que Luján y Villa eran acusados de encubrimiento agravado.
A los pocos días de las detenciones, los imputados fueron puestos en libertad.
La acusación se debilitó cuando conocieron los resultados de ADN: habían dado negativo para los tres sospechosos.
El 3 de junio de 2015, se hizo la primera manifestación masiva del colectivo «Ni Una Menos» y resonó en más de 80 ciudades argentinas, un grito unánime en contra de la violencia de género que incluyó el pedido de justicia por Andrea.
El 10 de junio del 2015, fue detenido Omar González, el cuarto sospechoso que tuvo la causa, por abuso sexual, robo y homicidio. Era un ex convicto de 48 años que vivía como indigente y dormía en casas usurpadas. Fue investigado por la declaración de una mujer, quien le atribuyó la frase: «La mujer que buscan en el cerro está muerta». González tenía condenas previas desde 1994 por robos, lesiones graves, privación ilegítima de la libertad y abuso sexual. El 6 de julio fue sometido a indagatoria, y luego permaneció detenido durante un mes y medio; finalmente la fiscalía, al igual que sucedió con los otros imputados, no encontró elementos para sostener su detención.
A él también le extrajeron ADN para comparar con el que hallaron en el cadáver, pero no hubo coincidencia.
La quietud de la causa se rompió semanas después, cuando fue incendiado el Ford Ka de Andrea, que seguía estacionado frente a la casa de sus padres en la calle Alejandro Magno del barrio La Quinta. Las pericias de los bomberos arrojaron que el incendio había sido provocado intencionalmente desde el interior del vehículo.
Con el tiempo, la investigación tomó un giro inesperado. Luis Castana, padre de Andrea, sugirió que su hija había sido víctima de un sicario, un asesinato por encargo orquestado por alguien cercano a ella. El abogado de la familia, Carlos Nayi, habló de un autor intelectual que había buscado eliminar un obstáculo en su vida.
«Creo que estamos en el epítome de una investigación ardua, profunda y compleja sobre una hipótesis que la querella sostiene. Estamos hablando de un autor intelectual y personas que actuaron en sicariato en la ejecución final de la víctima, presuntamente con la intención de remover un obstáculo. Alguien que molesta y genera algún tipo de inconveniente en la vida cotidiana de otra persona», sostuvo el abogado Carlos Nayi, en diálogo con El Diario.
A medida que pasaban los años, la esperanza se desvanecía. La causa pasó de mano en mano, con dos fiscales a cargo (Ricardo Mazzuchi y María Alejandra Hillman) y múltiples investigadores. El ADN había exculpado a los sospechosos, al menos como autores materiales del crimen, y se habían agotado las líneas investigativas.
Luis Castana, Alicia Villafañe, los hijos de Andrea y sus amigas más cercanas (Macarena López Salvans, Lorena del Valle Brochero y Nadia Corzo) atravesaban los días en medio de la desazón. Eran quienes le ponían el cuerpo a los reclamos, hablaban con la prensa y peregrinaban por las oficinas judiciales.
En el año 2016, un rayo de luz reavivó la causa, una serie de ataques similares ocurridos entre el 2004 y 2005 en el mismo lugar: el Cerro de la Cruz.
Una de las denuncias resultó ser clave para armar el rompecabezas: un testimonio que permaneció extraviado durante varios años y que hubo que reconstruir prácticamente desde cero. La denuncia estaba fechada en el año 2004, cuando una mujer de 26 años se presentó en la comisaría de Carlos Paz y dijo que había sido atacada sexualmente en la Cruz. También había aportado una muestra con material genético del agresor.
El 27 de octubre del 2016, llegaron los resultados de las pruebas de ADN y había coincidencia con los restos encontrados en el cuerpo de Andrea. Además, se lograron confirmar otros ataques similares. La teoría del sicario perdía fuerza para dar lugar a una certeza no menos impactante: había un violador serial en Carlos Paz.
Las mujeres que sufrieron ataques entre el 2004 y el 2015, entre las estaciones 8 y 9 del Vía Crucis, tenían rasgos similares y compartían un destino oscuro en ese mismo sendero. Todas fueron víctimas del accionar de un hombre de tez morena, delgado, pero con mucha fuerza, de aproximadamente 1.80 metros y extremadamente violento, tanto física como verbalmente.
En todos los casos, el agresor actuó a mitad de semana y en horas de la tarde, generalmente entre las 13 y las 16 horas. El modus operandi se repetía: esperaba que las mujeres pasaran por delante de él, las sorprendía desde atrás cuando iban por el sendero principal, las golpeaba con violencia o las amenazaba con algún tipo de arma y las llevaba a la fuerza hasta una huella en medio de la maleza, un pasaje entre talas, espinillos y otros árboles autóctonos que desembocaba en la bifurcación del Camino de los Burros. Allí, las abusaba sexualmente y las dejaba tiradas.
La única víctima fatal conocida de este atacante fue Andrea Castana, muerta por estrangulamiento. En ese sentido, la presunción es que el crimen fue una consecuencia de su afán por callarla.
La última instructora del caso, Silvana Pen, cree que durante la violación la víctima habría estado inconsciente. Hay varios elementos que abonan esa teoría, en especial los rastros de sangre que se encontraron a unos 50 centímetros del suelo, en un sendero que conecta el Vía Crucis con el Camino de los Burros, y van de un lado a otro. Se cree que el atacante cargó el cuerpo desmayado en sus hombros y lo trasladó hasta el lugar donde se concretó el abuso y le puso fin a su vida.
Desde entonces, no se registraron nuevos casos. La esperanza de encontrar al violador serial del Cerro de la Cruz hoy radica en los análisis de ADN que se realizan a policías, personas que participaron de la búsqueda y vecinos de la ciudad.
La justicia cordobesa recurrió al FBI de los Estados Unidos, lo que se trató de un hecho inédito, siendo este el primer caso ocurrido en Argentina que utilizará la tecnología del FBI para buscar patrones genéticos y acercarse al violador y asesino.
En abril de 2024, nueve años después del crimen, se autorizó a la familia a cremar el cuerpo de Andrea. Sus cenizas fueron repartidas entre sus seres queridos, mientras la búsqueda de verdad y justicia persiste en el eco de las marchas y el clamor de quienes se niegan a olvidar.