Coronavirus y el Sol: Una lección de la pandemia de la influenza de 1918

martes, 14 de abril de 2020 · 12:59

Por el Dr. Richard Hobday.

Los médicos, durante la pandemia de 1918, encontraron que los pacientes afectados por una gripe severa y atendidos en espacios exteriores, tuvieron una mejor recuperación que aquellos tratados puertas adentro. El aire exterior es un desinfectante natural; igualmente, la luz solar es germicida y la evidencia actual indica que puede matar al virus de la gripe.

Cuando surgen enfermedades nuevas y virulentas, como el SARS y el Covid-19, se inicia la carrera por encontrar nuevas vacunas y tratamientos para las personas afectadas. A medida que se desarrolla la crisis actual, los gobiernos están reforzando la cuarentena y el aislamiento y se restringen las reuniones públicas.

Las autoridades de salud implementaron la misma estrategia de hace 100 años, cuando la influenza se propagaba por todo el mundo. Los resultados fueron variables, pero los registros de la pandemia de 1918 indican que una cierta técnica para abordar la influenza fue efectiva, aunque muy poco conocida en la actualidad. Cierta experiencia de la más grande epidemia que registra la historia, obtenida bajo duras condiciones, podría ayudarnos en las próximas semanas y meses.

En términos simples, los médicos encontraron que los pacientes afectados por una gripe severa y atendidos en espacios exteriores tuvieron una mejor recuperación que aquellos tratados puertas adentro. La combinación de aire fresco y luz solar parece haber prevenido muertes entre los pacientes y las infecciones entre el personal médico.Esto tiene un respaldo científico. La investigación muestra que el aire exterior es un desinfectante natural. El aire fresco puede matar el virus de la gripe y otros gérmenes perjudiciales. Igualmente, la luz solar es germicida y la evidencia actual indica que puede matar al virus de la gripe.

Tratamiento al ‘aire libre’ en 1918

Durante la gran pandemia, dos de los peores lugares para estar eran los cuarteles militares y los barcos para transporte de tropas.

La sobrepoblación y la mala ventilación pusieron en gran riesgo a soldados y marinos de contraer la influenza y otras infecciones que a menudo le siguieron. Al igual que con el brote actual de Covid-19, gran parte de las víctimas de la llamada gripe española no murieron por influenza, murieron por neumonía y otras complicaciones.

Cuando la pandemia de influenza alcanzó la costa este de Estados Unidos en 1918, la ciudad de Boston fue golpeada con particular fuerza, al punto que la Guardia Estatal instaló un hospital de emergencia. Ingresaron los peores casos entre marineros de barcos en el muelle de Boston.

El director médico del hospital había observado que los marinos de mayor gravedad habían estado en espacios mal ventilados, por lo cual les dio la mayor cantidad de aire fresco posible colocándolos en carpas. Si había buen tiempo eran sacados de las carpas para estar bajo el sol.

En ese instante era una práctica común llevar a los soldados enfermos a espacios abiertos. Esta terapia al aire libre, tal como fue conocida, fue ampliamente utilizada en personal dado de baja del Frente Occidental. Se convirtió en el tratamiento de elección para otra infección respiratoria común y con frecuencia fatal en ese instante: la tuberculosis.

Los pacientes eran sacados en sus camillas para respirar aire puro en el exterior, o bien eran atendidos en pabellones con ventilación cruzada con las ventanas abiertas día y noche. Este sistema al aire libre conservó su popularidad hasta que los antibióticos lo reemplazaron en la década de 1950.

Los médicos que tenían la experiencia de primera mano con la terapia al aire libre en el hospital de Boston estaban convencidos de la efectividad del método, y se adoptó en otras partes. Si cierto informe es correcto, disminuyó las muertes entre pacientes hospitalizados desde el 40% a cerca del 13%. De acuerdo al Cirujano General de la Guardia Estatal de Massachusetts:
‘La eficacia del tratamiento al aire libre ha sido absolutamente demostrada, y sólo es necesario probarlo para descubrir su valor.’

El aire fresco es un desinfectante

Los pacientes tratados en espacios abiertos tuvieron menor probabilidad de exponerse a gérmenes infecciosos que aquellos instalados a menudo en pabellones hospitalarios convencionales. Estaban respirando aire limpio en lo que debe haber sido un ambiente ampliamente estéril.

Esto lo sabemos porque en la década de 1960, científicos del Ministerio de Defensa demostraron que el aire fresco es un desinfectante natural. Algo en él, que fue llamado Factor Aire Libre, es altamente nocivo para las bacterias transportadas por el aire, y el virus de la influenza, respecto al aire de espacios interiores. No pudieron identificar exactamente en qué consiste ese Factor Aire Libre, pero encontraron que fue efectivo durante las horas diurnas y nocturnas.

Su investigación reveló además que el poder desinfectante del Factor Aire Libre se puede conservar en espacios cerrados si las frecuencias de ventilación se mantienen suficientemente elevadas. Resulta significativo que los porcentajes que identificaron son los mismos de los pabellones hospitalarios con ventilación cruzada, con techos elevados y ventanas grandes, diseñados para eso.

Pero en el instante en que los científicos hacían sus descubrimientos, la terapia antibiótica había reemplazado al tratamiento al aire libre. Desde entonces, los efectos germicidas del aire fresco no han destacado en el control de infecciones o en el diseño de hospitales, a pesar de que las bacterias nocivas se han vuelto cada vez más resistentes a los antibióticos.

Luz solar e infección por influenza

El poner a los pacientes infectados bajo la luz del sol podría haber ayudado ya que inactiva al virus de la influenza. Además mata bacterias que causan infecciones pulmonares y otras infecciones hospitalarias.  Durante la Primera Guerra Mundial, los cirujanos militares usaban habitualmente la luz solar para sanar las heridas infectadas. Sabían que era un desinfectante. Lo que no sabían es que una ventaja de colocar a los pacientes al aire libre bajo el sol es que pueden sintetizar vitamina D en la piel si la luz solar tiene la intensidad suficiente. Esto se descubrió después de 1920. Los niveles de vitamina D bajos se relacionan hoy en día con infecciones respiratorias y podrían elevar la susceptibilidad a la influenza. Además, los ritmos biológicos de nuestro cuerpo parecen influir en cómo resistimos a las infecciones. La investigación actual sugiere que pueden alterar nuestra respuesta inflamatoria al virus de la gripe. Al igual que con la vitamina D, al momento de la pandemia de 1918, no se sabía la importancia que tenía la luz solar en sincronizar estos ritmos.

Mascarillas faciales, coronavirus y gripe

Las mascarillas quirúrgicas tienen actualmente una distribución limitada en China y en otras partes. Fueron utilizadas hace 100 años, durante la gran epidemia, para intentar detener la propagación del virus de la influenza. Aunque las mascarillas quirúrgicas podrían ofrecer cierta protección contra la infección, no pueden producir un sello alrededor del rostro, por lo cual no pueden filtrar las pequeñas partículas presentes en el aire. En 1918, toda persona del hospital de urgencias en Boston que había tenido contacto con pacientes tenía que usar una mascarilla improvisada. Esto incluía cinco capas de gasa ajustadas a un marco de alambre que cubría la nariz y la boca. El marco se ajustaba para adaptarse al rostro del usuario e impedir que el filtro de gasa tocara la boca y las fosas nasales. Las mascarillas eran reemplazadas cada 2 horas, esterilizadas adecuadamente y vueltas a colocar con gasa nueva. Fueron las precursoras de los respiradores N95 utilizados hoy en los hospitales para proteger al personal médico contra infecciones transportadas por el aire.

El doctor Richard Hobday es un investigador independiente que trabaja en las áreas de control de infecciones, salud pública y diseño de edificios. Es el autor de The Healing Sun.

 

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