¿El buen vivir como luz al final del Covid-19??

miércoles, 22 de abril de 2020 · 20:12

Por Carla Vanessa Zapata Toapanta

(ALAI am)

 

Ante el actual contexto de emergencia frenética e irracional que no distingue de naciones ricas o pobres, se presenta el SARS-CoV-2 o mejor conocido como coronavirus (COVID-19), un virus que ha propiciado que el mundo entero asista forzosamente al estreno de una película de terror con un final inesperado, “la invasión del COVID-19”. Una pandemia de alcance global reconocida por la Organización Mundial de la Salud (OMS) tres meses después de su surgimiento en Wuhan-China. De ahí que el presente artículo en correlación con las cifras e imágenes retratadas por los medios de comunicación nacionales e internacionales intenta analizar de manera holística las alternativas al modelo de desarrollo occidental a la situación actual a la que nos enfrentamos.

 

Han transcurrido ya alrededor de 130 días, cobrando la vida de más de 167.000 personas y más de 2,4 millones de contagios a nivel mundial. Un escenario enigmático, que se ha ido transformando en un tablero de dominó con diversos jugadores a mayor y menor escala, pero todos ellos con un pensamiento singular “mayor acumulación-egoísmo, menor generosidad”. Así, se ha desplegado un sinnúmero de interrogantes en torno a las respuestas otorgadas por los autodenominados “países desarrollados”, con un sistema capitalista dinámico y versátil. Respuestas que han primado el interés económico por encima de la vida y la felicidad de la gente con argumentos como - “es solo una persona que vino de China y lo tenemos bajo control. Todo va a estar bien"- o “vamos a perder más gente si hay una gran recesión o una depresión”, expresaba el representante con mayor número de contagios en lo que se lleva del mes de abril.  

 

Una actitud cegada e irresponsable guiada por la noción de la acumulación, a la que se suma también el “sálvese quien pueda” de una Unión Europea (UE) fragmentada, ausente y materialista que se olvidó de sus valores principales, la solidaridad y el comunitarismo, convirtiéndose únicamente en un club geográfico de libre comercio. Aunado a ello, se despliega un accionar superfluo y descoordinado por parte de los presidentes y jefes de Gobierno de los Estados miembros, que en un operar desesperado han optado por tomar acciones atolondradas como el cierre indistinto de sus fronteras internas; un claro ejemplo de incapacidad de liderazgo imperial para asumir una crisis aparentemente mayor a la migratoria de 2015 o a la crisis económica y del euro. Situación que ha derivado en el cierre por primera vez en la historia de todas las fronteras exteriores de la UE, decisión tardía, que únicamente ha devenido a que el viejo continente se transforme en el epicentro de la pandemia global, según la OMS.

 

De esta manera, el COVID-19 no es únicamente una cosa china, ha traspasado fronteras convirtiéndose en un virus ideológico, que pone a la luz que “no somos tan dueños absolutos del mundo como nos parece" (Mujica, 2020), que el sistema capitalista individualista y utilitario que se ha venido manejando como “fiel reflejo de una filosofía de vida, no es la única manera de cubrir las necesidades básicas, como se había intentado convencer” (Racionero, 1983). El actual sistema económico se encuentra vapuleado, no es más el pensamiento de Adam Smith o Radn, el COVID-19 ha demostrado que el bienestar social no está en el crecimiento económico o que el objetivo fundamental de la vida no es amasar una fortuna, como afirmaba Thomas Malthus. Todos dependemos de los unos a los otros, es necesario combatir el egoísmo y salir de la oficina de contabilidad para repensar nuevas formas de desarrollo.

 

De ahí que el impacto del coronavirus brinda la oportunidad para que Estados Unidos en conjunto con Europa se replanteen sobre la necesidad de reestructurar el actual sistema económico y las prioridades que poseen como club de manera coordinada, volteando la  mirada hacia nuevas perspectivas como las de América Latina, que entre 2008 y 2009 con Ecuador y Bolivia a la cabeza institucionalizaron el Buen Vivir o Sumak Kawsay y el Vivir Bien o Suma Qamaña, ideas criticadas en un principio como “salvajes, simples, primitivas, retrasadas, premodernas”, y hoy una posible idea esperanzadora debido a su planteamiento por “una vida en armonía con uno mismo (identidad), con la sociedad (equidad) y con la naturaleza (sostenibilidad)” (Cubildo Guevara e Hidalgo Capitán, 2015).

 

 

Paradigmas que surgen desde pueblos indígenas y amazónicos que entienden por Buen Vivir la satisfacción de las necesidades, la consecución de una calidad de vida y muerte dignas, el amar y ser amado, y el florecimiento saludable de todos y todas, en paz y armonía con la naturaleza, una noción de la vida plena y armónica entre la comunidad y el cosmos del universo, el cual es permanente, siempre ha existido y existirá, de ahí que hacer daño a la naturaleza es hacernos daño a nosotros mismos. “Cada acto, cada comportamiento tienen consecuencias cósmicas, los cerros se enojan o se alegran, se ríen o se entristecen, sienten… piensan… existen (están)” (Plan Nacional del Buen Vivir, 2009-2013).

 

 

Una alternativa al desarrollo esperanzadora que nos hace aceptar que una amenaza disfrazada de virus ha llegado para quedarse, quizás de manera momentánea o de manera definitiva con futuras mutaciones incluso más peligrosas. Entonces, el Buen Vivir en conjunto con el Sumak Kawsay de Ecuador y el Suma Qamaña de Bolivia podrían convertirse en los protagonistas de las nuevas formas de hacer política, desde una transmodernidad, como observa Enrique Dussel (2001), un proyecto fuera de las ideas de Europa y de Estados Unidos. Un Buen Vivir, instituido en Latinoamérica, como una especie de utopía que, en palabras de Zemelman (1996), supone la búsqueda constante de alternativas al conformismo mediante la crítica, pensando la realidad en ángulos diferentes, vislumbrando nuevos horizontes y estructurando visiones renovadas del futuro, ya que lo más importante de la utopía son los medios para alcanzarla y no su fin.

 

El Buen Vivir puede convertirse en un símbolo de vida en plenitud y frenar un posible holocausto ecológico debido a que el ser humano es una especie que se caracteriza por ser “única, con individualidad, integralidad e intimidad intransferible, un ser finito y relacional que busca su trascendencia en la felicidad y en la ciencia (bien-ser), en la convivencia y cotidianidad (bien-estar) y a través de la satisfacción de sus necesidades y vocación de servicio (bien-hacer)” (Schmidt, 2017).  

 

A la par, este paradigma en medio del colapso y estancamiento (¿temporal?) del sistema capitalista desprende méritos positivos al final del COVID-19, y nos da una segunda oportunidad para actuar socialmente unidos y razonar sobre el depredador neoliberalismo que venía mistificando una dinámica de producción y deterioro abrupto de los recursos naturales, con una huella ecológica superior a la tasa de regeneración del planeta. De ahí que los pueblos indígenas no se equivocaron al argumentar que la naturaleza es la fuente de vida y que de ella se desprende nuestra relación armónica con la comunidad. Una inesperada externalidad positiva de toda esta situación son los datos del satélite Sentinel 5P, las imágenes de publicadas por la NASA y la agencia Espacial Europea que revelan una reducción significativa de la contaminación atmosférica debido al parón brusco de las actividades humanas, que paradójicamente se ha convertido en un gran beneficio para la flora y fauna del medio ambiente.

 

Así, ante el “shock” producido por el COVID-19, las sociedades occidentales deben replantearse el ideario que acumular más no es sinónimo de vivir más o vivir mejor, el capitalismo está sufriendo un desgaste que va más allá del “virus chino” del discurso de Donald Trump y la mano invisible de Adam Smith. No existe un problema ecológico, existe un problema político, al igual que sabemos que hay que destronarlo, pero no nos animamos a actuar con una conducta colmenar-comunitaria, propia del Buen Vivir y de los pueblos aborígenes. Una alternativa de desarrollo que nos invita a mantener una voluntad organizada para dejar de lado al dios mercado pregonado por las ideas de Keynes o de Friedman como el espacio más apto para la auto realización individual. Un cambio de visión racional occidental desigual y depredador a una visión sensitiva latinoamericana que en palabras de Gargallo (2014) mira a la vida como la dualidad territorio-cuerpo en donde el Buen Vivir se convierte en el paradigma sostenible, partidario de la armonía y vida en plenitud para los pueblos y la humanidad.

 

Referencias:

Cubillo-Guevara, Ana Patricia y Antonio Luis Hidalgo-Capitán.2015. "El trans-desarrollo como manifestacion de la trans-modernidad. Más allá de la subsistencia, el desarrollo y el post-desarrollo." Revista de Economía Mundial 41: 127-158. https://bit.ly/2Jk5bbf

Dussel, Enrique. 2001. Hacia una filosofía política crítica. Bilbao: Declée de Brouwer, S. A.

Gargallo, Francesca. 2014. Feminismos desde Abya Yala

SENPLADES. 2009. Plan Nacional del Buen Vivir 2009-2013. Quito: Secretaría Nacional de Planificación y Desarrollo.

Racionero, Luis. 1983. Del paro al ocio. Editorial: Anagrama Editorial S. A., Barcelona

Schmidt, Ludwig. 2017. Paradigmas del ser humano: aproximación al camino a la complejidad. Revista Educación y Desarrollo Social, 11(2), 108-130. DOI: org/10/18359/reds.3245.

Zemelman, Hugo. 1996. “Problemas Antropológicos y Utópicos Del Conocimiento”. Colegio De México. doi: 10.2307/j.ctv6jmxq2.

 

-Carla Vanessa Zapata Toapanta, doctoranda-becaria de Ciencias Sociales de la Universidad de Salamanca e investigadora de temas referentes al desarrollo e indigenismo de América Latina.

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